lunes, 31 de diciembre de 2007

Hija pródiga vuelve a Quito City


¡Ya regresé!.
Ahora, les cuento.

Entre que no había pasaje, entre que no tenía donde quedarme, y en el trámite de unos arreglos con la facultad, no sabía si iba a irme, pero me fui... al Sur del Sur. Estuve entre Argentina y Uruguay (Buenos Aires y Colonia).
Evan, tu país es muy hermoso.

El único problema fue que desde el momento en que pisé esas lejanas tierras, no pude conectarme más de cinco minutos; todo debido al tiempo, líos que arreglar, y una fellow bloguera que se tomó la única computadora del hotel. Y cuando digo tomar me refiero al ritmo de batalla de legiones romanas: invencible, terca, decidida; yo con la paciencia al límite.

Tengo mucho que contar de Buenos Aires, tengo que contar sobre la luz color caramelo, los edificios imponentes, los balcones cinematográficos, las avenidas abiertas, el calor de verano, la relación de los porteños con sus vecinos de raza felina... y el otro lado, con las duras paradojas económicas y los bemoles que implican una gran ciudad.

No pude ver tanto de Uruguay como hubiera querido, pero lo que me asombró, al menos del sitio en donde estuve, es la calidad literalmente oriental que tiene. Es especia, canela, calor, y un aire extrañamente selvático. No sé si alguien que haya visitado ese país tiene esa sensación, pero yo no me la quité de encima ni siquiera en el momento en que volví a Buenos Aires.

Estoy muerta de cansancio a causa de un viaje aéreo de siete horas, acompañado de un coro griego de llantos infantiles. No me malinterpreten, me encantan los enanos, solo que a la segunda hora de gritos consecutivos de cinco criaturas empecé a entender la lógica de Herodes. Alguien debe disciplinar a esos tales índigos.

A eso se añade mi odio a los aviones. No creo en esos pájaros de acero: si el buen Señor quiso que no tengamos alas, entonces, hay que escucharlo, demonios. Mi tatarabuela hondureña solía caminar renqueando a la ventana para ver despegar a los aviones. Los miraba con la sospecha de quien conoce la calidad de lo que ve. Luego se dirigía a su prole con su carita arrugada de nonagenaria y decía "esho es pura obra de Sataná". Una mujer sabia.

Mi vuelo fue como subirse a una montaña rusa, con avisos de turbulencia cada quince minutos, y un sacudón que nos bajó un par de cientos de pies de altura. Promesa que en ese momento pasaron ante mis ojos mi vida, imágenes de uruguayos perdidos en los Andes, y la mirada de miedo contenido de la tripulación de cabina. Resulta que había sido, según el capitán, "una pequeña corriente de aire frío que no pudimos predecir".
Predecir tus calcetines. Casi me da un ataque.

Por suerte, llegué sana y salva, cargada de alfajores y un adictivo licor de dulce de leche. Llegúe para iniciar el 2008, lista para ver que me trae esa maligna cifra. Risas a la vida y a las penas, guitarrazos, dicen por ahí.
Así que Feliz año para todos. Ya les describiré mis postales bonaerenses.

lunes, 17 de diciembre de 2007

Son tiempos malos para los soñadores



Son tiempos malos para los soñadores, dicen por ahí.
Eso es lo que han repetido desde que los soñadores existen.

Se acerca el cumpleaños apuntado de Jesús y el fin del 2007. Eso significa consumismo desenfrenado, embotellamientos, y rídiculas propagandas Barney de "te quiero yo y tu a mí... si hay una tarjeta de crédito de por medio".

Regalos, regalos. Hay regalos que das por cariño, otros que das porque tienes que darlos, y porque "quedas mal" si no los das; la verdad es que los de Navidad son algo siniestros de vez en cuando. Todo es parte del ritual, que viene cargado de contrastes económicos durísimos, y discursos de solidaridá de momento.

A toda la comparsa, se aumentan los detalles: el muñeco del año viejo que se quema en una orgía de abrazos, gritos y patadas circulares, el avechucho seco, insípido y cuasi mitológico que llaman pavo, el árbol de navidad con todos esos bombillos propensos al suicidio (se rompen de solo mirarlos), y el pesebre, el cual en la casa de mi abuelita incluye a seres como un pterodáctilo de plástico, un soldadito de cinco centavos, una vaca fisher price que parece Godzilla al lado de San José y un ángel con un ala rota. Para que vean que el iconoclasmo vive.

Cuando uno es chico te meten el cuento, muy Disney, de que todos los sueños se hacen realidad en ésta época. Luego creces y te das cuenta de que eso es puro marketing. Sin embargo, ¿saben qué? Yo quiero pensar que lo que se desea tiene el chance de hacerse realidad. Sé que si tú trabajas por ello en algún momento debe suceder, pero creo que existen instantes mágicos y un toque de las fuerzas del Más Allá que te hechan una mano de vez en cuando.

Espero que los 365 días tengan esos paréntesis mágicos, pues no concibo que los milagros solo trabajen jornada única decembrina. Tengo la esperanza de que ninguno de nosotros se quedará viendo lo que desea a través de la ventana (como Holly en la foto del post... me encanta Audrey Hepburn :)), y que lograremos al menos un alto porcentaje de nuestras ilusiones. De todas maneras, nuestros sueños están al otro lado de una delgada ventana. No tenemos que robarlos, solo tomarlos e irnos, como legítimos dueños. Ese es mi propósito de año nuevo: pasar al otro lado de la ventana. Vivir con más ganas, sin miedo. Tomando un café frente al mundo, segura de mí misma.

Quiero seguir soñando, pero con los pies en la tierra.
Son tiempos malos para los soñadores, dicen por ahí.
¿Y a quién le importa lo que el resto diga?

Un ojo por aquí: si los dioses me son gratos, me iré de viaje durante estas fiestas (ojalá, ahí les contaré), por lo que no podré escribir mucho estos días. Felices fiestas gente, entonces. Disfruten del descanso, su familia. Si quieren, también pueden comerse al avechucho.

martes, 11 de diciembre de 2007

¡Cómo odio a los pitufos!




Hay días como los que he pasado las dos últimas semanas en que me siento parte de la familia Gargamel: neurótico, cabreado, al punto de andar por la vida viendo pequeños seres azules. Odio a los sistemas, odio a la burocracia, odio al currículum oculto. Drayos, ¡Cómo odio a los pitufos!

A mi parecer, lo único que salvaba a la poca razón restante en Gargamel era Azrael: tenía mucha clase y era un gato. No necesitaba más para ser un triunfador. Además, y como parte de sus mecanismos de defensa social, Gargamel tenía un hobby, el cual era conseguir la mejor poción o mecanismo para atrapar a los pitufos y comérselos (¿o era Azrael el que se los comía? Ya ni me acuerdo). Todos somos así: nos refugiamos en nuestros pequeños resquicios propios para superar el hecho de no poder aplastar al idiota de Papá Pitufo y a su horda de enanos azules endogámicos.

A lo que voy es que extraño tener esos momentos chiquitos del día en que me dedicaba a simplemente a disfrutar de los verbos ser y estar. Al carajo la productividad y esa cosa enlatada y cuaucthemocsiana que se ha vuelto el éxito hoy en día.

Extraño acostarme bajo la sombra de un árbol y ver las hojas moverse, por más cursi y catatónico que suene.

Extraño estar bajo el sol en un día de verano durante todo el tiempo que quiera.

Extraño poder fijarme realmente en los detalles.

Extraño tomarme una taza de café como Dios manda, no una de las tres o cuatro tazas que me tomo y que llevan subtítulos como "una para el camino", "esta para no dormirme en clase", "esta para la oficina", "esta porque son las dos de la mañ..zzzzzzzz". Es decir, quiero una taza de café de esas grandes y que se demoran al menos cinco minutos en hacerlas. Con crema, canela y un pedazo de cheesecake al lado, maldita sea.

Extraño, en definitiva, el placer infinito de perder el tiempo.

Robert Frost (¡lindo señor, lindo señor!) decía en un poema cortito una frase que resume la más triste de las verdades: nada dorado perdura. No obstante, soy necia, y no pienso aceptar el hecho de que tengo, debo, preciso, dejar de tener mi tiempo, mi mundo, mi campo electromagnético, mi derecho a tener una cajita de fósforos lleno de lo que en verdad soy sobre esta tierra.

Todos merecemos eso por derecho de nacimiento. No es justo que nos quieran despojar de eso. No quiero ser una máquina. Estoy segura que ustedes tampoco.


sábado, 1 de diciembre de 2007

Tac, tac, tac. No hay lugar como el hogar



Confesión: una de mis películas favoritas es El mago de Oz, con todo y Judy Garland, las zapatillas de rubíes, Over the Rainbow, y efectos especiales que hoy en día son risibles. A pesar de la sobreactuación, la bruja de cara verde y el mono alado que me daban pesadillas, aún me encanta el hecho de que el camino a casa siempre esté dentro de tí. Al menos, esa era la filosofía Dorothy de la vida.

¿Qué es un hogar? El sitio donde eres feliz, dicen algunos, pero pienso que también es donde sufres, te mueres de las iras y deseas el holocausto atómico para quienes te caen mal. El hogar es donde conoces, amas y te dejan. Donde reconoces cada esquina como la palma de tu mando; el sitio que a veces quisieras que desapareciera, aunque luego te arrepientas porque a pesar de todo, no hay lugar como el hogar.

Mi hogar no es Kansas ni la Ciudad Esmeralda, aunque tenemos un mago de Oz nacional que grita muy fuerte, tratando de gobernar con la ayuda de un micrófono y parafernalia mecánica. Mi hogar es la Quito city, que va para sus 500 años de fundación, y que el 6 de diciembre próximo, tiene otro cumpleaños. Eso, en quiteño coloquial, significa farra loca.

En mi mocedad, cuando estaba en el colegio, la fiesta de fundación de Quito era la única época en que las monjas que se encargaron de mi educación, y a quienes les pasaré la cuenta de mi psicoanalista, bajaban de sus alturas místicas y se acercaban a los pecadores mortales. El cinco de diciembre (la víspera del feriado), abrian las jau... aulas, y nos dejaban celebrar a la city con un programa. Debo decir que me divertía mucho ese día, incluso si debía celebrarlo bajo la mirada inquisidora de la rectora, pronta a terminar con cualquiere exceso de música y jolgorio.

La fiesta en la ciudad es todo un trámite: la Reina de Quito se elige, chivas llenas de borrachitos corren por las calles. Los toros vienen y se van entre el aplauso de los amantes de la tauromaquia y el fruncimiento de quienes, la verdad, prefieren ver muerto al torero antes que al toro. El alcalde aparece con sonrisa de chancho hornado en la tele y hay un ambiente de total, pero deliciosa improductividad en el ambiente. Sweet December.

Claro, si pones la cosa en perspectiva, y escuchas los análisis sobre el tema, las fiestas toman un tono bastante oscuro. Toros, reinas de belleza, pasillos, y una españolidad que se celebran, dicen, sobre un pasado indígena que no se quiere recordar. Una ciudad española construída encima de las cenizas calientes de una ciudad indígena. ¿Un mestizaje doloroso que se fundamenta entre el canelazo y los gritos de la Plaza de Toros? ¿o un justo homenaje a la sobrevivencia de esta ciudad?

Y en ese relajo, muchos quieren irse. Algunos, de hecho, toman sus cuatro tereques y dice "ta luego". Van a las Europas, a Gringolandia... Creo, sin embargo, que siguen llevando esta ciudad montañosa dentro de ellos. Todo puede pasar; incluso yo misma, como para convencerme completamente de que este sitio es mi hogar, tal vez tenga que partir ("Toto, tengo el presentimiento que ya no estamos en Kansas") y pasar mi viaje, con brujas, leones, espantapájaros y hombres de hojalata. Todo para darme cuenta ("¡Ríndete, Dorothy!"), que si quiero conocer mi verdadero sitio, donde todos los deseos se vuelven realidad, solo tengo que mirar al patio de mi casa.

Probablemente, Oz es solo un sueño, y Quito sea lo que encuentre al abrir la ventana.

domingo, 25 de noviembre de 2007

Cosas para ver V: los otros



Nunca las he visto muy claras. Como ya saben, uso lentes desde mi tierna infancia, y sin ellos o su versión en contactos, mi mundo es puras sombras. Veo como los fantasmas deben ver. Por eso, o tal vez por la mala/buena suerte, me he topado con más cosas inexplicables de las que me gustaría. Haley Joel Osman, llora debajo de tu cobija rosada. Mi hermano y yo experimentamos el verdadero Sexto Sentido.

Vivíamos en una casa vieja y llena de corrientes de aire y de nidos de paloma del barrio La Tola, en Quito. Por alguna razón, el sitio resultó ser hotel de gente occisa, kaput, muerta. Vórtex del mal, qué se yo. En fin...

Cuando empezó, mi hermano y yo teníamos alrededor de cinco años. Estábamos jugando en el cuarto de planchar, que daba a la cocina de mi casa, la cual podíamos ver a través de un ventanal. Ahí estábamos, en algún juego surrealista, probable paraíso de cualquier sicólogo. De repente, mi hermano se quedó en blanco: tiza, sin sangre en la cara. Yo solo le quedé viendo, hasta que escuché el ruido.

Resulta que, cuando giré la cabeza, vi como la refrigeradora de mi cocina estaba iluminada de una luz color verde... y empezó a saltar... y a abrirse y cerrarse sola. Horror, miedo, destrucción de los pueblos. Y mi ñaño solo miraba. Yo también me quedé, pero no por valiente o algo así, sino porque descubrí, entonces, que el miedo es adictivo, es fascinante, y no te deja cerrar los ojos.

Poco a poco la refrigeradora paró de saltar. El aire dejó de tener esa electricidad extraña, y todo acabó a los pocos minutos. Ese fue mi primer encuentro con algo que no pude, ni puedo, explicar. Y tengo más de esos, promesa. Cuando cuento estas historias, unos me creen, mientras que otros las atribuyen a mi mente hiperactiva de niña. Pero, para mí, fueron los momentos más reales y vívidos de mi infancia. Bueno, no puedo culpar a nadie por no creer a la primera en mis memorias de electrodomésticos posesos y casas embrujadas.

Lo chistoso es que hay segundas partes en mi actual casa. La otra vez, por ejemplo, estaba viendo la televisión. Escuché a mi madre llamarme. Fui a verla, y ella estaba leyendo algo en la cocina. Le dije: "aquí estoy, ¿qué pasa?". Ella me dijo que no, que no me había llamado. Yo me di la vuelta para irme.
"Pero sí escuché que decían tu nombre, llamándote", me dijo mi mamá, sonriéndome, sabiendo.
¡Diosito Sánchez!
Por buena/mala suerte, la saga no ha terminado.

lunes, 19 de noviembre de 2007

Exijo una devolución de mi fin de semana, ¡ahurita!


Mi plan siempre fue actualizar el blog, al menos, una vez a la semana. Esta vez, no obstante, circunstancias más allá de moi evitaron tal propósito. Bueno, el punto es que casi muero. Allí estaba yo, el día viernes, tomandome unas cervecillas por la Calama, jugando 31, y como nunca, ganando (mi carrera como tahúr terminó antes de comenzar). De repente, pues que me he convertido en la Dama de las Camelias (toda débil, ojerosa y sin ilusiones), se me bajó la presión, la temperatura e hice Ctrl Alt Supr.. hice Reset. Sin actor de cine al rescate, lo peor de todo.

Estuve, por lo tanto, todo el fin de semana en cama, pidiendo perdón al Universo por pecados propios y ajenos... Creo que pedí disculpas hasta por la Guerra de Irak. Jebús, eso dolió. George W., me debes una.

Dicen que fue el estrés... Dicen que fue un proceso viral... o la mala suerte. La cosa es que aún arrastro los pies, me duelen las articulaciones, y la comida no es mi amiga; pero, como la Señora del disco Gloria Gaynor dice, "I will survive". Por suerte (¡GRACIAS!), mis panas me acolitaron ese día la bola. Merci :) Sois grandes. Ludo, si lee esto, no se preocupe, tutto bene.

Me había olvidado de lo que implica una clásica enfermedad que se respete. Una de esas que no te van a matar (Dios nos libre), pero que es capaz de botarte a la cama y mantenerte allí mientras tu te debates entre el dolor y el asco en general al mundo. Esas en las que te dedicas a contar las grietas del techo, a tener pensamientos depresivos, a hundirte en la laguna de la autocompasión y a recontarte los chistes malos que oyes en las fiestas... Un momento de dolor en el que pierdes la fe. Entonces, citando a una buena amiga, la única confianza que te queda reside en las habilidades acrobáticas de Jackie Chang. Y en la patada circular del Ranger de Texas, por supuesto. No podría traicionar a Chuck Norris en un momento así.

Claro, cuando se te acaban tus referencias a la cultura pop de cuarta te resignas y te pones en modo de activismo propio. La enfermedad hace que uno se encuentre con uno mismo en esos momentos en los que fingirías demencia si te encontraras contigo en esas condiciones: "No le conozco a esa man. ¡Quien será oye!". Todo esto será, seguramente, una de las razones por las que voy a necesitar terapia en el futuro... Si no la necesito ahora. ¡Malditos jungianos!
Pero, por suerte, ya estoy mejor, así que en en próximas entregas les contaré cosas más allá de mi afiebrada cabeza, mis achaques, y mis desvaríos. Por el momento estoy a dieta de sopa, agua pura y esas galletitas integrales que no merecen su nombre. Es como el café descafeinado... ¡Puaj!

Les deseo salud señores, que no les toque una de estas, porque la que se ganó el título de Dama de las Camelias soy yo, y pienso, por el bien de otros, quedarme con el título un buen tiempo.

viernes, 9 de noviembre de 2007

Las cosas que se comen las polillas



Hoy tuve que botar un par de zapatos, unas botas que había usado desde el 99, en tiempos en que entré a la Universidad. Sí pipol, Daria seguía en la tele, yo tenía un peinado de micrófono (nunca cortarse el pelo como niño cuando tienes churos, primera lección de mi mayoría de edad) y el Grunge daba sus últimos estertores. Mis queridas botas cafés que me acompañaron en lluvias, soles, anochecidas, amanecidas, relaciones y alejamientos.

No sé si les pasa a ustedes, pero yo soy una de esas a quienes les gusta guardar cosas como los cuervos. Guardo libros que la gente bota, fotografías, flores secas, todos los pares de lentes que he usado hasta el día de hoy, notitas que me pasaban en la U o en el colegio, los ensayos surrealistas de la carrera (incluso los que hacíamos en nuestros llamados "cuadernos de conversaciones" que fueron la matrix de mi época universitaria). Hasta guardo ceniza volcánica... No me digan que el Pichinchazo y el Reventador no fueron cosas para recordar.

No sé el por qué de mi obsesión, pero me agrada saber que esos pedazos de mi vida no van a estar botados por allí, siendo el cucayo de los bichos. Quiero saber que hay un registro, una cápsula del tiempo de quien fui. Las cosas nos sobreviven, son una marca indeleble de la existencia de uno.

Por supuesto, a veces me dan ganas de quedarme sin nada, de botar todo ese trasterío, todos esos libros, papeles, chucherías que van desde semillas de ecualipto recogidas en un paseo hasta un bloque del anterior pavimentado del parque de mi Universidad. Sí niños y niñas, cada uno de quienes hacíamos créditos-parque en ese tiempo nos llevamos uno. Sí, huímos hacia el horizonte, llevándonos cada uno una piedra de 15 por 20 más o menos y dos kilos de peso, en uno de esos extraños arranques de esa época. Niña rara.

Claro, el momento de arranque de locura (o cordura, ustedes eligen) pasa. Dejo de pensar en encender un fósforo, dejarlo en mi cuarto y esperar a que todo se vuelva polvo. Abandono estos momentos piromaníacos porque, de vez en cuando, me agarra el escapar al pasado a través de esas cosas, solo para cagarme de risa de lo que me pasó alguna vez, hecharme un llantito sobre lo que perdí, o para tener "en especies", el hecho de mi paso sobre esta tierra. Cosas para los que vengan después, o para la yo que se asome. Esa man quien podrá ver quien era, cuando yo era.

Me vienen a la mente las clases de literatura griega: Ulises (rey y héroe griego, mándibulas de acero, pecho dorado, virilidad invensible) quiere volver a Ítaca, su tierra natal, a su mujer (hermosa y fiel damita que espantaba a sus pretendientes con su manía textil y su llanto cronometrado a repetirse cada cinco minutos) y a su hijo (prácticamente parte del decorado de tan pocas líneas que tenía en la historia). En su regreso, el man cruza el mar topándose con cíclopes, lotófagos, monstruos marinos, sirenas, par de "mamis-coshitas" y un grupo de ineptos compañeros de viaje que no hacían más que perderse, morir por algún error estúpido y quejarse amargamente. Al tipo, al final, ya no le interesaba tanto la family o el poder. La cosa era volver a donde estaban sus recuerdos: a SU Ítaca (como en el poema de Kavafis). Bueno, mi Ítaca es un baúl viejo donde está toda mi vida en tereques.

Claro, tengo otras Ítacas: lugares, personas, ideas. Pero los lugares cambian, la gente huye y de lo que estoy segura es que tratar de recordar alguna cosa por terquedad es la mejor manera para olvidarla. Para eso está mi Ítaca portatil. Tal vez la olvide, me canse de ella, o la tenga que abandonar, pero, por el momento, es todo para mí, todo lo que necesito. Es un compendio de los pedazos de la persona que soy yo... ¿cómo podría dejar abandonadas esas partes invaluables de mí misma?.

miércoles, 31 de octubre de 2007

Cosas para ver IV: bestias de papel




No he podido actualizar estos días por razones de trabajo, y por escuchar unas ponencias a lo bestia sobre toda clase de temas, temas "incuantificables", porque hablaban de literatura, lo que me lleva a postear sobre mi primer amor: los libros.

Aprendí a leer a eso de los cinco años, sobre todo por mera curiosidad: quería saber qué carajo significaban esos signos debajo de las ilustraciones, y me pasaba copiándolos en un cuaderno, hasta que mi profe de primer grado (alabada sea donde se encuentre, me enseño cosas mil veces más valiosas que todo lo que la universidad me dio) me enseñó a leer y a escribir. De ahí, me volví adicta, junkie, viciosa, pongan el adjetivo. Además, soy un asco para los números (aprendí a sumar bien a eso de los nueve). Así, el Universo se salvó de una ingeniera, contadora o arquitecta patética y peligrosa...pero esa es otra historia.

Lo que me gusta de los libros no es tanto la historia dentro de ellos, sino que son mentes grandotas donde tu puedes entrar, quedarte, y a veces no salir. Sabes lo adictivos que son (hora de confesiones) cuando te da pena que se terminen, o cuando (aquí muchos me van a matar por nerd) llevan un libro a sitios insospechados... la playa...el estadio.... un concierto (si veo esa miradita de horror, la siento y ni siquiera publico esto), cuando estás en la cocina, con la nariz entre las páginas y se te quema la olla del AGUA QUE ESTÁS HIRVIENDO; cuando te sabes el nombre de las editoriales, a qué se dedica cada una y cuáles son sus precios, cuando le dices "perdón" a la escoba que dejaste en la puerta y con la que chocaste cuando estabas leyendo, y cuando, al final, acabas estudiando literatura y tu madre se lamenta, con el rostro entre las manos, de haberte comprado tantos libros. Que Diosito Sánchez me proteja.

Creo que soné como si en serio viviera solo leyendo. Es cierto que es una de las cosas que más hago, porque vivo de escribir y los libros son necesarios para mis actividades. No obstante, me gusta la gente real, y la "saga realidad" vale la pena en todo sentido. Eso sí, amo la exageración de la ficción y a veces como ésta se hace verdá, porque las dos cosas están divididas por un delgado velo (pregúntenle a Julio Verne y sus inventos fantásticos que luego se volvieron ciencia).
Además, son buena compañía. No te van a invitar a una cerveza, pero tampoco te importunan con malos humores y chistes de a luca. Son tickets para viajar a donde sea, sin pagar nada, y son mil veces mejores que cualquier película, incluso las que hacen sobre ellos. Además los puedes llevar a todas partes, son rebobinables, multiusos (asiento, arma, paraguas en casos de best sellers decepcionantes) y siempre cambiantes. Mejores con los años, igual que el vino y Richard Gere. Inocentes y calladitos, pero bestias dormidas si los comprendes.

Vivo dos mundos, el de todos los días y el de las páginas. El primero me ha hecho más por fuera, y el segundo más por dentro. Los dos se complementan, pero el segundo es renunciable. Un día de estos puedo mandar al diablo los libros y dedicarme... no sé, tal vez al macramé o al Prozac. Pero no puedo, porque ese mundo de dentro se extiende tan lejos como yo quiera, por lo que, a la larga, ha extendido el de afuera.

Nada es más valioso que eso.

domingo, 21 de octubre de 2007

Cosas para ver III: espejito, espejito...


Uno de los primeros cuentos que uno lee, o ve representado en la tele o en una de esas diabólicas películas de Walt Disney (el hombre se pegaba algo y bien fuerte), es Blancanieves. Joven, virginal y hermosa joven, con peculiar sentido de la moda, huye de malvada, oscura, pero kind of sexy madrasta-bruja que quiere matarla (¡y arrancarle el corazón!... Tarantino estaría orgulloso), porque un día la señora madrastara escuchó que la muchachita era más hermosa que ella. Las bases para semejante acción no vinieron de su satánica mentecita o la mononeurónica del marido, padre de la mencionada criatura (en ese cuento, el padre resultó parte del decorado), sino de su Espejo parlante. Ese man de jeta verdosa que le dijo que la más guapa del reino era la jovenzuela en cuestión. Así que, ¡ahí tá! pretexto para matar a la guagua y quedarse con la corona. Desde ahí, uno sabe que algo mal anda con los espejos, y lo peor es que uno tiene que enfrentarse a ellos todos los días. Ahí está uno, mirándose la carota todos los días, so pena de salir con un pegote de pasta de dientes o con los pelos parados.

Los espejos habían sido atributos maravillosos. Alicia, en el cuento, se pasa al otro lado del espejo en el mundo fantástico y un poco perverso de Lewis Carroll; si te fijas, dice la leyenda, puedes ver en los cristales a los demonios que no puedes ver con tus propios ojos. Hasta en uno de esos libros del niño mago, cuyo nombre no quiero acordarme, aparece la clásica escena del espejo, en donde el chamo ve a sus padres por primera vez.

Ok, los espejos eran puertas para la magia. Todo bien. Hasta que un día, en algún momento de la Historia, se volvieron una forma de fundamentar los estándares que nos imponen. Desde ahí nos miramos como loquitos. Unos tratan de salirse del estándar con cualquier artificio que va desde practicarse agujeros hasta pintarse el pelo de color imposibles, mientras que otros sufren por meterse en el estándar, con narices, orejas, ojos, y pelo supuestamente "perfectos". Aparte de eso, hombres y mujeres intentan modelarse dentro de una figura que alguna vez fue patrimonio de los zancudos y las mantis religiosas, pero que ahora es símbolo de bacanería y salud. A esto se añaden esa extraña obsesión por cortarse, sacarse trozos, doblarse y contorsionarse para salir con esa carita y ese cuerpito que todos desean. Yummy, yummy.


No quiero hablar sobre la presión de los medios sobre la autoestima, o de la belleza interior. Lo que quiero decir es cómo los espejos, que si bien servían para verse a uno mismo, eran formas de mirar otros mundos, de ir más allá de lo que tu rostro se muestra. En este momento son casi fábricas en masa de imágenes idílicas de seres humanos, y no de gente de verdad. Decidimos que todos debemos ser iguales, objetos creados en una línea de producción, y nos dejamos mangonear así, mientras hacemos nuestra "puesta en escena", frente a la luna del espejo.


Nos siguen mandando, como soldaditos de plomo, a guerras que resultan inútiles, nos meten ideas prefabricadas en el sistema educativo, nos santiguamos en masa porque sí, y nos ponen uniformes para mandar a otros porque así tiene que ser. Todo al creer que debemos ser igualitos, como nos dicen. Luego, cogemos esos disfraces y nos los probamos frente a nuestros espejos.

Solo queda bajar las armas, hacer las paces con los espejos, y volver a sentir nuestra individualidad, nuestro ser. Mirarnos a nosotros mismos y aceptar que no podemos ser mímesis totales de los otros, ni que los ellos tienen que ser iguales a nosotros. De esa manera, se puede matar a la malvada madrastra, o dejarla en paz, para que vuelva a sus pócimas y a sus calderos, mientras que el cari-verde se quede hablando solo, y perdido, en su propio infierno.

(La ilustración es de José Ángel García Landa, chequéenlo: http://www.unizar.es/departamentos/filologia_inglesa/garciala/expo3.html)

martes, 9 de octubre de 2007

Octubre lluvioso y la madrugada de Joplin


La lluvia atrapó a Quito. Puntualmente, el tres de octubre, quien quiera que maneja la escenografía, decidió darnos una ducha con el Cordonazo de San Francisco. Ya era hora.
No me gustaba la lluvia. Odiaba el gris, tener la nariz fría, las bastas de los pantalones empapadas y la imposibilidad de conseguir que algún cristiano (o cualesquiera sea su denominación) me lleve a mi destino, sobre todo por mi ya conocida fobia a los automotores. No obstante, con el tiempo y buenos amigos amantes de la lluvia, comprendí los encantos de la mala vibra de la tormenta, de la calma xanaxiana del fin del aguacero, y del frío mataor.

Igual me pasó con la música. Y ahí muchos querrán lanzarme el mouse por la cabeza, porque simplemente, durante una larga época de mi existencia, la música fue solo una distracción ruidosa. Creo que ahí tenía una tara emocional tremenda, pero es así pipol. Pasa en las mejores familias (teniendo un melómano como hermano, la frase es pertinente).

Sin embargo, de a poco me ha ido entrando el gusto por la música. No sabría decir exactamente cuando, pero desde hace dos o tres años fue como que me sacudieran y, por fin, entendiera el por qué de la pasión por esos sonidos conectados.

Por esto, la historia:

Era el cuatro de octubre pasado, cuando estaba acabando un trabajo para la U, a eso de la una de la mañana. De repente, no sé por qué, me entraron ganas de oir a Janis Joplin, la misma que yo había desechado porque su voz que no me convencía, pero de la que después me enamoré. Puro dolor, puro blues y, si se me permite alargar el asunto, pura vida. Esa man que me presentó a Bessie Smith, Aretha Franklin, Billie Holiday y otras muchas.
Luego, porque sí, porque no, me puse a investigar sobre su vida en el google. Coincidencias, coincidencias, ella murió el cuatro de octubre de 1970.

Así, este es un post, un poco nublado, es un recordatorio para esta dama del blues, quien me abrió los ojos a nuevos caminos. Esta mujer que con su Summertiiiiimeee... me adentró a ese mundo de sonidos que yo había dejado a un lado. Esa que le pedía a Dios, entre sarcasmo y sarcasmo, que le comprara un Mercedes Benz, quien no tenía miedo de que tomen más pedazos de su corazón, muchachita rechazada de pueblo chico que llegó a cantarle al universo Woodstock con esa voz rasposa, viejita, y difícil de entender, capaz de colarse lentamente en tus bolsillos.

Hace 37 años Janis se consumió, paradójicamente, en sus ganas de estar viva. No quiero recordarla así, quiero pensar en ella como se ve en los videos granulosos de su tiempo: vestida con hermosos andrajos imposibles, sin una gota de maquillaje, con el pelo salvaje, "bailando como si no hubiera nadie viendo, amando como si no te fueran a lastimar jamás", silvestre, entregada, brillando de collares y sortijas, y sobre todo (robándome una línea de película) fiel al sueño de sí misma.

sábado, 6 de octubre de 2007

El estudio y otras salvajadas metropolitanas




Esta semana no hay cosas para ver. Esta semana hay alcauciles, calabazas, y trozos de carbón para los niños que no se portaron bien, como yo. Todo regado con "El Salvaje Metropolitano" de Rosana Guber, que tengo que leer hasta el mediodía... espero.

Porque el lunes defiendo mi plan de tesis (no el proyecto terminado), el cual trata sobre el uso de los migrantes en los medios de comunicación españoles (cosas para ver, en todo caso). Entre tanto, los señores disfrazados de tigres de la foto de la pasta del libro me sonríen dulcemente. Con esa miradita que tiene la gente cuando dice: "chiiii, te cagaste, pana".

Pero no, estoy tranquila. De hecho es interesante enfrentarme al mundo con ese mamotreto que por el momento está columpiándose cual mono entre mis neuronas.

La educación, las vocaciones y el trabajo son tres criaturas muy curiosas. Es chistoso como lo que uno quiere ser y lo que se logra ser cambian con el paso del tiempo. Yo, por ejemplo, me acuerdo que en un principio, en los tiempos de mi oscurantismo, quería ser profesora. Y tenía todo un sistema educativo represivo, al cual asistían mis osos de peluche. También quería ser actriz de teatro, científica loca (¿te acuerdas, Ludo?) y escritora, de lo cual nunca me curé.

Luego, cuando entré al colegio católico (mi propio capítulo de Survivor de 13 años de duración) quería ser monja (oigan, en esa época parecía el trabajo más afortunado del mundo: te mantenían por gritar a niñas indefensas, rezar, coser, y dedicarte a la contemplación de los pecados universales) y también quería ser la Virgen María, porque en navidad escogían a la mejor portada, a la mas noria, y a la más aria para que fuera María en el Pase del Niño. A la guagua le tocaban los juguetes, los caramelos y sus quince minutos de fama. Por supuesto, cuando me enteré de qué se privaban las monjas, y que el puesto de Madre del Mesías ya estaba ocupado, mientras que implicaba la misma prohibición de las reverendas, este anhelo se fue al tacho de basura. Hasta ahí llegaron mis inquietudes místicas.

Más tarde, en ese momento adolescente, idealista y depresivo e infantilmente socialmarxiscomuncheguevaristamadreteresiano, quise ser psicóloga (O_o) y luego médico sin fronteras. Ni más ni menos. Mi sueño era arrastrarme por las ciénagas de la Amazonía, los bosques asiáticos y las planicies de África y salvar al mundo. No sabía muy bien cómo, pero, igual, iba a salvar al mundo. Claro, era el sueño de mis padres (médicos), a los cuales les rompí el corazón cuando seguí a mi primer amor (los libros) y me inscribí en Comunicación Social (con ñeque en literatura, para colmo, ¡qué falta de capitalismo!).


No me ha ido mal, he aprendido la bola, he trabajado en periódicos, en eventos, he hecho papeleo (nadie te avisa que la mitad del trabajo es eso), he conocido full gente y sus historias. Eso último ha sido lo mejor, porque aprendí a preguntar, y ver, y leer lo que no está dicho.


Ahora estoy en Relaciones Internacionales, leyendo cosas como "El Salvaje Metropolitano", y disfrutando del hecho de aprender. Porque, bueno, tal vez no llegue nunca a ser una millonaria, pero he hecho lo que he querido, he estudiado lo que he querido, y he asumido mis decisiones. Creo que uno tiene que tener un bosquejo de lo que quieres en tu vida, pero no un plan, porque todo puede cambiar a la vuelta de la esquina. Además- usando una frase hecha, pero cierta-, el viaje es más importante que el destino. Lo que aprendas y sueñes está bien. Solo tienes que dejarte llevar, con cuidado, pero sin miedo a lo que puede haber en los finales, que también son nuevos orígenes. Esa es una salvajada que me gusta.

Y ustedes ¿que piensan, que querían ser, qué los hizo lo que son? ¿Cuáles han sido sus maravillosas salvajadas?

jueves, 27 de septiembre de 2007

Cosas para ver II: la tele

La tele.

Y sí, le dicen la caja tonta y el gran medio de comunicación del siglo XX. Durante mi infancia, implacable criatura brillante en el extremo de la sala. Blanco y negro, en mi caso.

En esa tele vi a los inmortales personajes de Plaza Sésamo, desde Montoya, el avechucho desclasificado (Mulder y Scully ¿dónde estaban?), hasta el neurótico Bodoque (mi favorito) en su casa de cajas de madera, quien guardaba toda clase de objetos, fauna y flora (¡Hasta un elefante!). Y los primeros animés japoneses que vi, todos hechos para el sufrimiento y la lloradera, productores de varios pacientes psicoanalíticos en el cambio de siglo (¡Chuta! Marco nunca encontraba a su mamá, y Candy Candy iba en búsqueda de su destino, agarrándose a todos a pesar de su peinado ridículo, y esa man, cuyo nombre se me escapa, quien también buscaba a su santa mamacita, y que probó, antes de Survivor, la posibilidad de vivir en una carreta de madera, alimentándote de bayas y champiñones silvestres).

Y después de los edipos japoneses estaban las series de televisión de mi adolescencia -tiemblo solo de recordar sus insulsas tramas, así que no entraré en detalles-, y las novelas brasileñas, que desde Roque Santeiro hasta El Clon fueron parte del menú televisivo, sobre todo porque mi abuelita era y es fanática de esos bichos, lo cual me arrastró a la misma adicción. Por supuesto, también están las noticias, con nuestros queridos reporteros y presentadores, que han aparecido, desaparecido y reencarnado. Unos han envejecido frente a las cámaras, mientras otros se volvieron casiguaguas gracias al bótox y a la ola de spas y asesores de imagen.

Esa es la tele, está ahí, y muy pocos prescinden de ella. Y a pesar de mostrar tanto parece no decir nada. Un ejemplo, las propagandas de la Constituyente de las que ya hablé (sí, ya vi la del brazo ortopédico... estoy empezando a buscar terapia para superarlo), y todas las noticias, porque cada día vemos más y sentimos menos. Y para ilustrar, el caso de Birmania que ha estado en toooodos los noticieros esta semana: los monjes budistas de Birmania se alzaron en una protesta pacífica en contra de la cretina junta de milicos que gobierna el país. El Gobierno, haciendo gala de su tradición, los molió a palos. Y la gente común se interpuso entre los golpes.

Es una de las muestras más poderosas del poder de la sociedad civil. Y yo no sentí nada cuando vi la noticia, porque la contaron a la velocida de la luz, con la vocecitadenoticiasinternacionalesqueestápegadaenmismeningescerebralescomogarrapata. Y también porque con tanta televisión, con tanta imagen, nos estamos volviendo insensibles.


Así, la tele está ahí, pero no está. Lo que se ve en ella son meras ilusiones. Pálidos reflejos. Cada día esa cajita se vuelve más banal, no tanto en lo que es la ficción, porque ahí la mueve (lo digo, claro, en general), sino en esa realidad deformada y superficial, que está en los noticieros y en la avalancha de "realities" que nos ofrece.

No me voy a poner a predicar en contra de la tele, pero sí a criticarla. La gente, incluso, se está volcando más al youtube (creación libre), y al Internet, con información no oficial, pero hasta cierto punto más humana, activa y palpable. Tal vez el punto es dejar de ser objetos inmóviles frente a las imágenes. No estoy diciendo que salgamos a buscar venganza y la revolución social con una kalashnikov en la mano, sino que, en el caso de que no podamos hacer una diferencia gigantesca frente a lo que pasa, cada uno puede ser activista de su propia vida, haciendo cosas pequeñas, pero trascendentales: respetar al otro y su libertad, trabajar con ética, y vivir lo mejor lo que nos queda por vivir.

La tele: madre, maestra y amante secreta (siguiendo con la tónica, lo dijo Homero Simpson).

Si eso pasara, presionaría el botón de pare del bus del mundo, y me bajaría.

viernes, 21 de septiembre de 2007

Ludovico se va. Bob El Constructor. Y las propagandas de la Constituyente me comen



Tardecitas, Interné.

La primera cosa: mi hermano, conocido como el Ludovico, partió para España. Y el man se va a estudiar Derechos Humanos durante un año. Así que, deseándole suerte y mis bendiciones a la Península Ibérica (no sé qué será de la indefensa Madre Patria con eshe man escondido entre la población regular), aprovecho para echarle ánimos a Ludovico y decirle que se porte bien (con moderación), que estudie mucho, se lave los dientes, no se meta en demasiados líos con la ley, y que la pase bien. Y que me traiga algo chévere, por supuesto. XD ¡Suerte Míster, un abrazo!
En segundo, y pasando de coles a perros salchicha ¡ESTOY HARTA DE LA CONSTITUYENTE!

Sí, lo he confesado. Política. Pueden disparar ahora.

Es que he llegado al punto en que cada vez que aparece Alvarito, agitando los brazos frente al paisaje autóctono, cambio de canal.

O esa propaganda del partido ese... No lo recuerdo, solo tengo presente que tiene de fondo la canción del MANAMANA papiiiiiripiri. MANAMANA papiiiiripi... Señores, y señoras, alguien tienen que despedir al director de campaña.

O esos que se quedaban lluchos (O_O). ¡Ayúdame Jebús!

O la señora del bebé de plástico... Meyo (sin comentar la propuesta que de por sí es densa).

O la del lobo escondido entre las ovejas (OK, esta es una de las mejorcitas. Pero es un nuevo intento en la cruzada de terminar con las obras literarias que sustentaron mi infancia).

O el casi cien por ciento de partidos que aseguran que con esta Constituyente por fin vamos a lograr tener el paraíso terrenal en Ecuador. Señoras y señores, he visto mucho, y no nací ayer.

Así que escapo, evito cualquier contacto con la propaganda. Y, si no puedo, me pongo el soundtrack de ascensor en el lóbulo frontal, o digo una y otra vez: "I am not here, this is not happening". En fin, no sé en qué va a terminar eso. No sé si, en verdad, votar en esa enorme sábana que llaman papeleta va a mejorar el asunto. Tal vez nos sacuda, o todo se vaya al famoso, televisado, y controversial palo mayor de las embarcaciones. No sé.

Lo que sí sé, es que nunca he visto una campaña que se haya quedado tanto en mi corteza cerebral y en mis fobias que ésta. No sabría explicarlo, pero me duele el nervio óptico de ver tanta propaganda. Tal vez me hubiera gustado, en vez de lobos disfrazados y gente en cueros más información sobre qué van a hacer, quiénes son y por qué lo harán.

A ver que pasa.

Mientras tanto, mi buen Ludovico (o Gendo para otra parte de la población) ve para las Españas, y deséanos suerte con este tereque. Ya que en el universo onírico Bob El Constructor (¿Diosito Sánchez?) te dijo que todo va a salir bien, seguro que va a ser así. Ahí te mando una foto de eshe sheñó. Nosotros nos quedamos aquí, votando en la Constituyente, esperando que Bob nos ayude también. Ahí te contaremos, míster. Bon Voyage. Y que la Fuerza de Bob esté contigo.

jueves, 13 de septiembre de 2007

Cosas para ver I: La ventana


Buenos días interné pipol. En primer lugar, muchas gracias por sus bacanes comentarios.

Estos días he estado cavilando sobre qué postear. Decidí, entonces, crear una serie sobre "cosas para ver". Esta es la primera.

El problema es que el mundo se metió en mi camino y no pude escribir antes, pues tuve que leer en 48 horas unas 300 hojas sobre integración regional para una exposición. Pueden imaginarse el panorama estresante. Y ahí es cuando se tiene que buscar una manera de esconder al pequeño Charlie Manson que todos llevamos en el corazón. Cada uno tiene sus escapes. Yo tengo uno: las ventanas. Sherio. Soy fanática de las ventanas. No solo dejan pasar el aire, el oxígeno, y tal vez uno que otro insecto. Yo, en cada laburo que he tenido, busco la mía. Esa para huir un ratito.

A veces uno pierde perspectiva y te sientes como los niños de Snoopy oyendo un BLAblaBLABLAbla, cada vez que te dirigen la palabra. Y la luz de halógeno te quiere derretir, y la gente de esa típica postal de agencia de Naciones Unidas te está viendo bonito y como queriendo decir algo... Y ahí huyes, porque sabes que, bueno, algo malo pasa cuando las fotos te miran bonito y quieren empezar a hablar.

Así que compro un café, voy a la ventana, y me pongo a mirar. Y todo cambia, porque ese es el chance de desdoblarme y ver Quito. La wevá es que yo creía que era original. Falso, ya alguien había hecho una película sobre eso: "Temblor y Estupor" se llama (por favor, no se asusten con el título), basada en una novela de Amélie Nothomb, y que explica lo que les estoy diciendo. Es sobre una man belga que va a trabajar a una empresa japonesa, y la chica prácticamente solo sale de ahí con vida. El punto es que a ella también le gustaba mirar la ciudad (Tokio) por la ventana y "volar". Cuando vi eso, aparte de sentirme plagiadora y/o plagiada, me di cuenta que todos necesitamos eso: pararnos en el borde de la ventana, y "saltar". Figurativamente, of curs. Dejar pedazos del alma de uno sobre la ciudad, como la man de la peli. Un linkcito para que le echen un ojo (solo encontré uno en inglés): http://www.imdb.com/title/tt0318725/usercomments.

No es escapismo panas, es andarse por allá arriba un rato, sin tocar el piso, olvidarte del papeleo y de unos cuantos jefes o profesores que se sienten los capataces de galera de esclavos de su generación. A veces, sin embargo, no funciona bien. A veces estoy con mi lista de "debos": debo llamar por teléfono, debo acabar el abstract, debo leer mi clase, debo usar protector solar, debo alejarme de la cárcel, debo escapar del monzón, debo dejar de tener monólogos internos esquizoides (¿quién me creo, Carrie Bradshaw de Sex and the City?).

Pero otras veces son, literalmente, un vuelo.

Una historia chistosa de adolescencia gente del Interné: cuando estaba en el colegio, tenía un aula que daba al Pichincha y en verano era una máquina sentarte en la ventana y ver hacia afuera. Una vez, un profe que en serio era el tamborilero de la galera (acuérdense de Ben Hur), nos cachó a unas panas y a mí paradas en la ventana, justo en un día super soleado (Estabamos al borde del raquitismo, gente, necesitábamos un poco de vitamina D). El man enloqueció y nos castigó dejándonos toda la primera hora viendo por la ventana.

Sí, chance feo, pero yo no tuve lío. Me desconecté. Y mientras el tipo hablaba de las cadenas de las cadenas de los metanos, y del carbono y tonteras por el estilo, yo andaba lejos. Fue un gran castigo de hecho. Las maravillas y goces de la educación católica.

Para mí, leidis an yentlemen, las ventanas no son tanto para dejar entrar lo de afuera, sino para proyectarte tú hacia afuera. Son un momento de claridad, de espacio y de tiempo. Incluso, si no tienes una a mano, te la puedes construir dentro. Pararte en el borde, mandar besos o gritar ¡NOS VEMOS EN EL INFIERNO! y saltar.

Después del salto, puede pasar cualquier cosa; esa incertidumbre es demasiado hermosa para no disfrutarla.

lunes, 10 de septiembre de 2007

No, el tapete de meditación trascendental no es necesario




Güenas güenas. Hoy una mirada a algo que para muchos es mera rutina: el bus.

El punto es éste: yo estoy genéticamente predispuesta a ser un fracaso en todo lo concerniente a los automóviles, extendiéndose este hecho a todo objeto que tenga ruedas. No logro manejar; tengo un temor patológico a aplastar a algún ser vivo, o, peor, ser el ser vivo aplastado por alguno de los autobuses, camiones, tractores, y trenes-gusanito que recorren las calles.

Enigüei, así pasa. Por suerte, siempre he tenido algún familiar, pana, amigo o gentil desconocido (como Blanche Dubois, dependo de la generosidad de los extraños) para que me lleve a mi destino. Yo, damas y caballeros, confío en mis pies, en mi no tan confiable sentido de la orientación, y en el trabajo diario de los buseros.

Y ahí viene la historia. Si es que soy algo, es una viajera profesional de bus. No señores y señoras, no es algo simple. He logrado encontrar en ello una experiencia mística que pocos pueden percibir.

Imagínense: tú te subes al bus, y pagas 25 centavos. Y eso ya es un acto de fe: ¿cómo alguien positivista, racional y pragmático va a pagar por un servicio en el que a veces te toca viajar al lado de una ventana cuyo "vidrio" es un delgado plástico agujereado? Gente, eso es mera fe, tú te pones en manos del destino y en manos del imaginario del señor busero para quien ese hueco recubierto de plástico es una ventana. Física cuántica, pipol.

De ahí, todo empeora, porque a los 15 minutos de viaje algo muy extraño sucede en el espacio-tiempo: la señorita o señora cobradora jura y perjura que "hay espacio en el medio". Bien, tu ya has visto que el número de gente del bus ha sobrepasado el que los cartelitos de "parados y sentados" indican. ¡PERO NO!, probablemente se abrió un vórtex interdimensional allá atrás y esa espiritual dama sabe que todavía hay espacio en un sentido que va más allá de lo evidente.

Luego la experiencia sicotrópica.

Después de una media hora en el bus, la gente empieza a sentir el efecto del encierro, de los perfumes y demás afeites de los viajeros, y de quienes decidieron no usar ninguno, incluidos el agua y el jabón. Y siempre pasa que la señora preocupada por el chiflón o por su peinado te cierra la ventana, y empiezas a adormecerte. Ahí es cuando se empieza a soñar cosas de cinco minutos y que después no recuerdas. Solo sabes que cuando abres los ojos tienes la extraña necesidad de dibujar relojes chorreantes y criar bigotes.

Estás a 15 minutos del destino final. Entonces, tienes la experiencia más cercana con el Creador. Digo, no creo que haya una deidad en el planeta que tenga mejores relacionistas públicos que Jesús. Que yo sepa ningún otro dios tiene tantas hordas de predicadores instantáneos y cantores de alabanzas reaggetoneras. Jesús los tiene, y de sobra. Y a mi me tocan todos, y todos me dicen el mismo triste diagnóstico: la gente como yo se va a ir al infierno. Probablemente Jim Morrison también esté allá, así que al menos me voy a codear con vecinos famosos.

En ese punto yo ya le estoy pidiendo a Jesús que me saque de ahí. Es cuando el milagro sucede: llego a mi parada y, también milagrosamente, no me parto el cuello bajando del bus.

Así que Internet, el viajar en bus puede ser una experiencia religiosa (no, por favor, ninguna referencia a esa horrenda canción. ¡SÍ, ESA, USTEDES SABEN CUÁL!). Quién sabe, tal vez algún día, después de pasar por ese purgatorio urbano, encuentre mi recompensa. Tal vez llegue a un grado mejor de comprensión espiritual, o, si tengo un poco más de suerte, algún rato me tope con Totoro en la parada del bus.
Sí. Totoro.... Esa recompensa estaría bien.

domingo, 2 de septiembre de 2007

Érase una vez un blog que no quería ser...


Y un día, decidió serlo.

Y sí, los blogs se interponían en mi camino, siempre que intentaba googlear algo, sea un simple nombre propio hasta alguna pretenciosa entrada sobre algún difunto filósofo francés requerido por la universidad. Ahí estaban, multiplicándose como la peste negra, miles de personas contándome chismes y diretes, y en algunos casos meras paparruchas, referentes a ese simple nombre propio o a las barrabasadas del mencionado y occiso franchute.

En fin, un día, comencé a leerlos. Aparecieron, y me di cuenta que bueno... Algunos no estaban mal, de hecho, empecé a disfrutarlos. Y luego me vi poniendo algunos en mi carpeta de favoritos ¡Y OH DIOS MÍO, ME DI CUENTA QUE HABÍA CAIDO EN LAS REDES DEL ENEMIGO, MALDITO SÍNDROME DE ESTOCOLMO!.

Espero, Internet, que estén satisfechos.

Así, que, usando el viejo lugar común de casi toda teleserie doblada al español, si no puedes con ellos, únete a ellos. Ahí tienen, he aquí el resultado de sus entradas, y sus agudos comentarios. Este, señores y señoras del Internet, es un blog sobre ver, sobre las miradas, y lo que visualmente impacta. Créanme, años de usar anteojos (aunque los alterno con lentes de contacto y la supuestamente milagrosa operación del Lasik me hace, literalmente, ojitos), me han hecho demasiado conciente del hecho de ver. Estudié comunicación y literatura, y me interesa la multiculturalidad, y la manera en que nos vemos, la forma en que sé que tú eres tú y yo, pues bueno, soy quien soy.
Y me gustan las cosas bonitas. C´est la vie.
Por el momento, ando buscando unos nuevos lentes para ver el mundo en el que vivo. Así como desde los siete años he cambiado ese par de vidrios que me cuelgo de las orejas para poder ver, así he cambiado, con el paso del tiempo, las miradas que tengo para este loco devenir de las cosas, en el que un día nos encontramos y decimos: "¡Changos!, ¿y ahora qué carajo hago?".

Y para saber que hacer, hay que mirar bien, ponerse los lentes y fijarse por donde se camina, pues cualquier rato puedes caerte, o, si tienes suerte, llegar a un buen lugar. Mientras tanto, puedes mirar el panorama e ir recogiendo cada detalle para no perderte de nada, mientras el sol brilla en tus gafas.
Y con esto, gente del Internet, empieza este relajo. Si así lo deciden, Enjoy.