miércoles, 30 de enero de 2008

El gusanillo del juego


El último post de Chicken´s Room (¡ya puedo poner hipervínculos yeiii!) me recordó una de mis mayores obsesiones: el Scrabble. En Buenos Aires vi uno y no lo compré para evitar caer de nuevo en las garras de ese feo vicio linguístico.

En serio, mi último año de la U se vio salpicado de mis continuos juegos de Scrabble, momentos gloriosos como cuando pude hacer esas palabras grandotas que te hacen ganar como "paralelogramo", o cuando entré en derrame biliar de la risa cuando me querían convencer que "urkuchiu" o "biroxu" eran palabras terrestres ("¡urkuchiu, del verbo urkuchiar, pues, Gilda"!). Mi adicción se hizo legendaria y a veces, si oigo la palabra Scrabble cerca, el brillo de la locura aparece en mis ojos.

Bueno, no tanto así, pero aún me gusta mucho ese tereque.

Por épocas me da por ciertos juegos, pero pierdo rápidamente mis habilidades. En quinto grado me puse a jugar 21 con mi mejor amiga Johana (¿qué será de esa mujer?) y otras niñas que se unían a las aprendices de tahúres. Lastimosamente, como buen colegio católico, un día nos quitaron las malignas fichas de la apuesta y la deshonra. En el intermedio, me hice buenísima, pero luego mis poderes desaparecieron, no sé si por la culpa católica que nos metió la monja directora o porque perdí práctica. Tal vez por ambas cosas.

También tuve mi momento Monopolio; sucio juego capitalista, deliciosamente atractivo en cierta época de la infancia cuando cincuenta sucres (habían sucres, niños y niñas) me parecían una fortuna. No me importaba tanto comprar, sino que la pequeña Scrooge que yo era en esa época amaba tener los billetes anaranjados de 500. Su servidora representaba la acumulación del capital en todo su esplendor, echando a perder cualquier ideal comunista de mi padre.

El Nintendo también me deslumbró, pero solo un juego: el clásico, encantador, pixelado, Mario Bros 3. No llegé al Play, apenas rebasé el ATARI. Mi ñaño y yo nos pasamos una vacación entera tratando de pasar ese juego. Pasamos el mundo ocho, destrozamos al lagarto rey con patadas circulares.... Y la princesita de la ... ejem.. estaba en otro castillo...

Koopa cara de pescao, creador de estreses infantiles.

En la Universidad vino el cuarenta. Siempre, cada año en fiestas de Quito, aprendo a jugarlo. Cada año, tengo que recordar nuevamente las reglas (les dije, mi carrera como apostadora iba a ser infructuosa). También en la U, mis panas y yo nos dedicamos a ese juego de las cartas y de recoger cucharas cuyo nombre se me olvida. Divertido, pero con su parte oscura: acabábamos rasguñandonos y golpeándonos en el afán de coger las cucharas, así que lo dejamos por razones de sanidad y seguridad personal.

Imagínense: adicción, estrés, rabia, capitalismo descarnado, menores de edad corruptos, alzheimer, sangre y heridos. Como ven, fue bueno que no comprara ese brillante Scrabble del aparador. El gusanillo del juego siempre está cerca, acechándome. Uno tiene que tener cuidado de ése míster, incluso si implica inocentes juegos de mesa. Yo me regresé con alfajores y dejé a Monsieur Scrabble solito en su vitrina bonaerense. Feo, feo vicio.

Lo que no implica que me pegue mi partidita scrabbleiana de vez en cuando ;) ¡DA CARTAS! ¡DA CARTAS!

jueves, 24 de enero de 2008

Mi indignada respuesta capilar



Sé que les debería estar hablando del Obelisco de Buenos Aires, del Delta del Tigre (un sitio como para vivir y morir), de la luz y del calor del puerto bonaerense (extraño el calor y la vitamina D en oferta). Sin embargo, por una razón aún desconocida por esta servidora, ando muy metida en mis recuerdos y mis cosas, mi nombre. Todo eso.

Bueno, les voy a contar un episodio de esta semana. A ver que pasa. No es nada grave y pesa menos que el agua.

Además de mis anteojos (con los que todavía tengo una relación amor-odio) tengo la bendición-maldición de cargar sobre mi cabeza una abundante cantidad de churos, rizos, rulos, chinos, como quieran llamarlos.

Señores y señoras, aunque les parezca una cosa de poca monta, ser churona no sólo es una característica física. Es una forma de vida.

Verán, el otro día estaba hablando con una respetable persona al respecto, para quien los churos no "son formales" y que son, de plano, feos. O sea, para ser una profeshional, groun ap güiner güoman, debo tener el pelo lacio. Supongo que si no, una es asocial o caerá en el fantasma de la vida dudosa, los trabajos no oficinarios y todas esas cosas por las que la gente interesante se va al infierno.

Toda mi vida he oído cosas así. Esta es mi respuesta al comentario indicado:

En el colegio varias veces me llamaron la atención por mi pelo. No sé qué querían las monjas. Me lo mandaron a peinar, cortar, esconder y un largo etcétera. Tuve que andar con un moño de abuela la mitad de mi secundaria. El resultado: creía que mi pelo estaba en la misma escala que un trapeador de cocina. Me comí el cuento y me hice lacia: un día, una linda señora venezolana, con una crema blanca que olía sospechosamente a amoníaco, me estiró los rizos de un dos por tres.

Imagináos mi gozo en el momento.

El problema es que mi falsa identidad duró dos días. Después, mi cabello empezó a tener la consistencia de los fideos que han sido dejados demasiado tiempo en el agua. Solo resta decir que tuve que cortarme la mitad del pelo. Terminé con look de micrófono; una hace cosas raras cuando es chama.

Después de semejante desgracia, y de un par de cortes más de pelo que se hicieron en circunstancias de fin de secundaria (parece que eso de tijerearse las greñas es una cosa ceremonial o algo así), decidí dejar en paz a mis churos.

Nunca voy a ser una propaganda de Sedal, pero he aprendido a vivir (y hasta a querer) a ese pelo loco que adorna mi cráneo. Les digo, esos resortes te definen, te dan características propias. Creo que mucha de la gente que conozco me reconoce en la multitud por el pelo. Muchos me han preguntado cuánto me demoro peinándome en las mañanas con cara de cuando alguien oyó que su vecino tiene que luchar con una cucaracha gigante para cepillarse los dientes. Soy la "chica de churos", la "man del cabello grande", o simplemente "churos".

Con el tiempo, como les dije, he llegado a respetar a mis churos. Hacen que me salga del estereotipo, del cuento común. Así que a mi estimado interlocutor, anteriormente mencionado, le digo que lamento que la naturaleza no se haya portado lo suficientemente fashion conmigo, pero creo que si uno tiene churos, más de dos ojos o cualquier adorno natural o agregado al cuerpo, pues es su problema y su derecho. Jebús nos libre de parecernos todos a Paris Hilton o a David Beckham. El fin de la evolución, las artes y las ciencias llegaría si eso sucediera.
Y no, no es una permanente.... ¡a mucha honra!

Un corte comercial a Ursus y a los ninios del Blog & Carne: el universo se portó mal conmigo y tal vez no pueda caer. Las circunstancias confabularon, pero el corazón quiere conoceros, así que espero verlos más allá de las ventanitas del güindous muy pronto.

jueves, 17 de enero de 2008

Yiruda-San


Yiruda
Así se pronunciaría mi nombre en japonés.

Entiendo que la gente no sepa muy bien como se escribe o se pronuncia mi nombre. Sé que es bastante complicado coordinar una G, una L y una D tan cercanas, sin saber a ciencia cierta como se pronuncia la G (¿G cómo en gato, cómo en geriátrico, o giorno a la italiana?).

Comprendo, comprendo, pero..

No debe confundirse mi nombre con otros.

Inocentemente, me fui ayer a comprar una bufanda (con estos fríos necesitaba uno de esos implementos lanudos), e hicieron la factura en la tienda. Sí, sí, mi nombre; sí sí, domicilio. Bla, bla, bla.

Hasta que vi cómo estaba escrito mi nombre.

YIULIANA
...

Jelp.

Ése no ha sido mi único y horroroso caso de identidad confundida. Me han puesto toda clase de nombres: Gina, Giovanna, Hilda, Ilma, Johana. "Señorita Gisella, ¿cómo le va?", "Sí, pase usted licenciada Giulia", o el más grave "Uy, disculpe, creí que me decía GILMAR!!!!!".


¡BALROGS!


Hay gente que me pregunta si ése es realmente mi nombre. ¿En qué estaban pensando mis padres cuando me pusieron un engendro impronunciable como marca registrada? Puede que los errores vengan del hecho de que yo no haya aprendido aún a vocalizar, pero parecería que la gente o es sorda o despistada. GILDA (YILDA si quieren saber cómo es fonéticamente), ¡DEMONIOS!

La historia de mi nombre se remonta a un oscuro término del alemán antiguo (eso es lo que dice el internet, al menos) que significa "sacrificio al señor" o "servidora del señor". Para otros es un nombre celta para decir "cubierta de oro" o "iluminada" (eso me gusta más). Personalmente, me llamaron así por mi madre, que ostenta el mismo título, quien a su vez fue nombrada por la película Gilda de los años cuarenta, esa en la que Rita Hayworth hace de mujer fatal (véase foto del post).

Y bue...

Este nombrecito me ha traído toda clase de sobresaltos: cédulas mal hechas, libretas de ahorros que tuvieron que repetirse, la imposibilidad de algunos para pronunciarlo, haciendo que parezca de hojalata. Yo misma elegí que sonara Yilda; solo así me gusta.

Yiruda, así se pronuncia mi nombre en japonés. Yiuliana (obviando las faltas de ortografía) va por ahí. Llevo 26 años con él y aún no me acostumbro a tenerlo. Shakespeare decía eso de que la rosa si no se llamara rosa seguiría siéndo una rosa.

A veces me pregunto si yo sería la misma si no tuviera ese extraño, loco y cinematográfico nombre... ¿qué sería de mí con un nombre estándar?

He ahí la cuestión.

lunes, 7 de enero de 2008

Monsieur le Chat habite a Buenos Aires





Soy una fanática de los felinos. Desde el gato de casa hasta el león, todos me han fascinado desde enana. Los gatos no son del agrado de todo el mundo: dicen que son malos, egoístas, que se dejan acariciar muy poco, que son ingratos y que piensan solo en su bienestar.

Son, entonces, demasiado humanos. Tal vez por eso hay gente que no los soporta.

Bueno, no voy a despotricar contra la raza humana (a la cual todavía le tengo mucha fe), ni en contra de la raza canina (y bue, los perros son lindos y todo eso, pero a veces creo que tienen problemas de autoestima... eso de hacerse el muerto por un poco de comida y atención, es bastante sospechoso). Nada de eso. Solo les voy a contar mi sorpresa sobre el hecho de que los gatos se tomaron Buenos Aires. Esa es la capital mundial felina.

Mi teoría viene desde el puerto: alguna vez escuché que los barcos antiguos llevaban gatos para matar a las ratas de las bodegas. No le puedes pedir constancia a un gato, así que probablemente muchos desertaron de la marina y se perdieron en el puerto bonaerense. Ahora los gatos viven en las calles de Buenos Aires. Están en todos lados. La gente los carga por la calle, suben a los tejados, viven en las iglesias, son dueños de los cementerios y hasta de los conventos (en el de La Recoleta, vi una puerta con un agujero en la parte de abajo. Resulta que era la "gatera", la puerta grande por la que los gatos podían pasar cuando les diera la gana).


Buenos Aires es una ciudad felina.


A pesar de la mala fama mediática que han tenido que soportar -han sido retratados de mala manera a través del "gato negro de la bruja", Azrael come pitufos, del pobre diablo de Silvestre, y de Gardfield, el terrorista social comedor de lasagna-, los gatos han logrado salir con el glamour intacto. De hecho, grandes personajes han sido fanáticos de estos adorables bichos: Hemingway llego a tener medio centenar de ellos. Borges amaba a los tigres, y tenia cierta predilección por un gato de color blanco llamado Beppo. Me acuerdo que Mark Twain decía que si se cruzara la raza felina con la humana, sería una mejora para la raza humana.


Yo también estoy fascinada por los gatos. Son elegantes, extraños, e infinitamente divertidos cuando puedes entender el sarcasmo oculto de cada una de sus acciones. Ellos son los dueños de sus dueños; son los únicos que se ganan la vida por el mero hecho de existir.


Imaginen una ciudad vieja junto al mar, una ciudad llena de libros, de teatros, de luz, y de música. Un gato solo es la guinda del pastel, un último toque maestro al ambiente. Pura agilidad, chispa y maldad encantadora. Uñas y sabiduría. Bigotes largos y ojos camaleónicos. Posiblemente los felinos hablan un idioma secreto, parecido al francés, y practican su propia religión. Se rien de los humanos, esos gatos sin pelo que han llegado a adorarlos. Van a su aire, son increíblemente libres, y en Buenos Aires parecen han encontrado un reino secreto.


Quien pudiera saber que piensan debajo de sus orejas.