miércoles, 30 de abril de 2008

Polaroids sobre el tiempo




Gracias al Presi de todos, los ecuatorianos tendremos un feriado largo. Lo que significa que el miércoles se vuelve un viernes con problemas de personalidad.


Me gustan las semanas así. Sin embargo, hay semanas largas, semanas complejas, semanas tristes, semanas monótonas, semanas perdidas. Semanas simplemente.

El tiempo es una cosa rara, un sitio inventado donde nos construimos y nos destruimos al mismo tiempo. Lo notamos lineal cuando, de verdad, es circular. Para pasarlo -y para entenderlo-, nos inventamos un montón de trabajos, pasatiempos, compras, libros y películas. Esa es la vida cotidiana.


A mí me encanta perder el tiempo. Como les dije, en mis momentos en que me convierto en Gargamel (Tengo el traje negro…¿dónde podré comprar esas polainas rojas tan sexys?), extraño mi libertad. Cuando vagabundeaba por Quito City con una mochila repleta de libros al hombro. Tiempos en que los memos, los archivadores y el “buenos días”, “buenas tardes” profesionales estaban lejos de mí.


¡Uy, gente, no sé!. Uno espera crecer y cuándo ya has crecido te preguntas si te pusieron alguna sustancia en el biberón para pensar de esa manera. También, de vez en cuando te da nostalgia por los días largos y las noches interminables. Esos tiempos en que todas las experiencias eran vitales. Aún lo son, de alguna manera, pero esa sensación de flotar en el aire se va con el tiempo. Luego aprendes a estar sobre el concreto.



Como flashes de las desaparecidas polaroids, el tiempo tiene muchas caras:



El tiempo se pasa bien con un café en la mano, frente a la ventana de tu oficina vacía, tranquila, contenta con el minuto.
El tiempo se pasa bien con unos amigos en un restaurante, riéndote hasta que te duele el estómago.
El tiempo se pasa bien caminando por las calles de noche, con alguien que quieres, con un pana, o solo.
El tiempo se pasa bien en la luz de agosto, bajo los árboles.
(Ya ven, estoy un poco melancólica. Ya se me pasará).
El tiempo. Uno tal vez debe vivir como los dientes de león. Crecen donde sea, se mantienen frescos en la sequía y la inundación y cuando mueren, mueren con la misma gracia con que vivieron.



La cosa va por el hecho de disfrutar del tiempo, comérselo hasta el hueso, perderlo por ahí, recogerlo y hacer un regalo con él. También se le puede comprar un disfraz de rana, ponerlo en una caja de fósforos, cortarlo en cuadritos para la sopa, o simplemente asustarse de él como de los cucos.

Cualquier cosa, menos dejarlo pasar sobre ti.

sábado, 19 de abril de 2008

La agresividad primigenia o Jim Morrison, el nuevo Godzilla



El ser humano es gregario. Esa es la leyenda urbana.

Por alguna razón que ninguno de nosotros entiende, todos tenemos esa extraña necesidad de arrejuntarnos toditos todos. Normalmente, esos grupos tienden a reproducirse casi casi por mitosis y acaban creando cosas como barrios, ciudades, países, la Unión Europea y, próximamente, un malvado gobierno mundial de ciencia ficción.

Claro, también hay reuniones más chicas. Familias, aulas, largas filas burocráticas, fiestas, conciertos.

Conciertos.

Bueno, tengo una extraña suerte con las grandes reuniones de seres humanos que se juntan para oír música. Siempre pasa algo. Por ejemplo, en un concierto de un grupo de punk argentino (sí, niños y niñas, a su servidora, en tiempos del mito, se le ocurrió ir a un concierto de punk), tuve que salir despavorida entre la violencia policial, rodeada del gusto por la violencia policial de algunos de los asistentes al concierto, y condenada por mi total inutilidad para un escape decente (necesito hacer ejercicio). Ahí estaba yo, corriendo hacia el horizonte, entre un grupo de quinceñeros y veinteañeros que trataba de salvar el pellejo.. Para luego vandalizar una fiesta infantil en un Mc Donalds y un centro comercial de Quito. Por suerte, esa es otra historia. No la mía.

En fin, hoy una querida pana (madame bloggera también) me mandó un mensaje que incluía una viñeta familiar: concierto, en Quito, de los miembros supervivientes, de un legendario grupo norteamericano (¿les suena Jim Morrison?). Luego ¡HORROR, TERROR, LOS CÍRCULOS DEL INFIERNO, EL FMI ATACA, Y EL ASTEROIDE HERCÓLUBUS O CóMO SE LLAME SE ACERCA! Ok, no fue tan así. Pero la cosa incluía miedo colectivo, una bomba lacrimógena, una batalla campal entre asistentes y la policía, la quema de libros, el encierro, y el siempre popular peligro de asfixia.
El Hercólobus, amebas, frente a la cuestión.

En ese momento dejé el celular en una esquina y yo me fui a sentar en la otra, respiré profundo y le llamé a mi amiga. La cosa sonaba igual a cómo se leía, entre los silbidos, las maldiciones y ese sonido de fondo que parece que dice "¡conviértanse o mueran, infieles!". Por suerte (y nada más que por eso), todo resultó bien, nadie salió herido.

Mi punto es el siguiente: ¿por qué diablos los conciertos en esta ciudad tienen que terminar en la destrucción masiva? ¿hay alguna tradición que no conozco? ¿el aterrorizar a los asistentes es parte del glamour de la cosa? ¿la agresividad natural se vende con los boletos? ¿podremos alguna vez ir a una de esas cosas sin que la Ley de Murphy, la esquizofrenia de la gente y la inseguridad ataquen? ¿dejaré este último hábito de hacer preguntas retóricas para acabar mis posts, la cual proviene de ver mucho Batman en mi niñez?

Sip, la gente es gregaria... para destruirse unos a otros, según parece.
Exijo una explicación. En serio.
(Hoy domingo me enteré por la prensa de un concierto que sí acabó en desgracia en una discoteca del Sur. Bengalas, exceso de gente y puertas de seguridad cerradas. La historia se repite y los errores no se aprenden...)

sábado, 12 de abril de 2008

La dimensión de la mente, la dimensión desconocida


Mi semana fue un capítulo interminable de la dimensión desconocida.

1. Abro mi billetera antes de salir al trabajo. Todos mis documentos-incluída mi cédula de identidad- están ahí.

Estoy en el bus viendo por la ventana y de repente veo cómo una cédula asoma de... bueno, alguna parte, como traída por el viento. Vuela frente a mi ventana. Yo trato distinguir la foto o el nombre que tiene escrito, pero el carro arranca y la cédula cae en la acera.
Llego a la oficina, y sufro este extraño dolor de barriga que uno siente cuando tiene un presentimiento. Abro mi billetera y mi cédula y NO ESTÁ. Resto del día pensando donde carajo se metió. La encuentro al día siguiente en mi casa, pero algo me dice que la desgraciada se fue de vacaciones sin licencia y que me hizo un guiño mientras andaba por ahí y yo estaba aprisionada en esa lata de sardinas asesina que llamamos bus.

2. La ventana de mi oficina. Estoy parada ahí, viendo pasar los carros, acordándome de toooodo el papeleo que tengo que hacer. Pobre de mí, pobre de mí. Odio los memos. ¡ZAS! Veo como caen unas veinte hojas de papel al otro lado del cristal. Así, de la nada.

Yo doy uno, dos pasitos sin mirar atrás.... Y escapo a toda velocidad.

3. Estamos tomando el sol. Conversamos sobre miedos y fobias y yo cuento sobre mi terror a las mariposas gigantes. Hablo de mariposas nocturnas, polillas y esos murciélagos en camuflage llamados tandacuchas... Una de las cuales encuentro pegada a la puerta de mi casa cuando regreso esa misma noche.

4. Se pierde mi llavero, con las llaves de mi trabajo y de mi casa. No están en ningún lado. Alzo una hoja que está en el escritorio porsia se hayan escondido debajo. Nada. Subo, bajo, pregunto. Entro en crisis y odio al universo.
Alguien llega a ayudarme. No aparecen. Al final ella ve la mencionada hoja en mi escritorio y dice "¿no estarán debajo de esto?".
Antes de que diga algo, ella levanta el papel y mi llavero está ahí, riéndose de mí.

5. Veo un ramo de flores en un escaparate. Claveles rojos, bonito diseño. Muy bonito.
Llueve y camino por la calle. De pronto, me detengo en seco.
A un lado de un árbol, en perfecto estado, un ramo de claveles rosados (supongo que no había rojos) con esas florecitas blancas y verdura que les ponen al lado, incluída la lámina de plástico para llevarlo. Lo dejo donde está, aunque doy las gracias a media voz, en todo caso.


¿Coincidencias? ¿Fantasmas? ¿Vórtex interdimensional? ¿Señales divinas? ¿Mi proverbial desorden?
Todo esto, Interné, todo esto y mucho más.
Tal vez esta semana cualquier cosa que yo quisiera aparecería, tan solo con desearlo.
Debí haber comprado el pozo millonario.

martes, 1 de abril de 2008

Asombrarse con los ojos cerrados

El Viernes Santo (día en que mi clan se reúne a comer fanesca y a contar sus anécdotas de tiempos heróicos), volví a ver una de mis películas favoritas: El viaje de Chihiro, de Hayao Miyazaki

Hay ciertos temas que construyen a los cuentos de hadas. Un niño o una niña, elegidos para una misión especial. Un villano entrometido, preferiblemente una malvada bruja. El héroe necesita de un acolite, que viene en la forma de seres que les otorgan poderes mágicos o pistas para llegar a su objetivo. Agregas a la mezcla detalles fantásticos, como dragones voladores, dioses enojados, objetos encantados y ¡Taaa taaan!, tienes un cuento de hadas.


Ahora, aunque este tipo de historias funcionan, pueden resultar incompletas. Incluso, pueden ser planas, cursis, chorreantes de miel y azúcar impalpable, porque las verdaderas historias, en mi humilde opinión, tienen algo no dicho, intrigante y perturbador. Nadie hace historias de gente común y silvestre, seres perfectamente equilibrados, pavos en navidad, seguro médico y chocolates el 14 de febrero. Las historias (las grandes, las recordadas), están hechas de gente compleja, capaz de ideas descabelladas, en los escenarios menos esperados.

Una de esas historias es la Chihiro. Animé, pero no estoy hablando de robots, grandes conspiraciones religiopoliticometafisicoecológicas o niñas en uniforme de colegiala. Estoy hablando de un viaje fantástico sobre el descubrimiento del alma humana. De hecho, el cuento de Miyazaki es una especie de Alicia en el País de las Maravillas al estilo nipón, que se aprovecha para discutir sobre la contaminación, la madurez, la guerra, el consumismo, la codicia y el mero hecho de ser personas.


Me animé (perdón la redundancia) a comentarles sobre la peli, porque ese día, mientras mi family devoraba plato tras plato de fanesca en honor a la Semana Santa, yo me quedé atrapada con la película, en especial por una imagen que, en un inicio, no me pareció muy importante, pero que ahora me parece central. Expresa nada y al mismo tiempo te dice demasiado: Chihiro en el tren en el agua, paradas sin destino y gente sin rostro que viaja en busca de algo que nunca alcanzarán. La chama viajando con sus antiguos oponentes (amarás a tus enemigos); la única con un objetivo. Segura, determinada. La única con una parada final, la única que no está en el silencio. Añádase una música espectacular, una sensación contradictoria de pena y esperanza, mézclese con arquetipos super bien usados y esa escena entra en mi top ten de grandes momentos del cine (¡tiembla Casablanca!). Pueden imaginarse.

¿Qué significa para mí ese tren? Creo que es una manera bacansísima de decir que para caminar sobre las aguas (estar sereno y en equilibrio) tienes que tener el corazón ligero, igual que Chihiro. No andes por ahí con los bolsillos demasiado llenos, jamás trates de comprar el amor de nadie, el tener demasiado te deshumaniza. Nada más fatal que destruir tu entorno, olvidar a quiénes amas, olvidar a dónde vas. Sobre todo, y pesar del viaje y sus peligros, nunca olvides quién eres, aunque, como decía la bruja Zeniba en el film, “nada hecho o dicho se puede olvidar, incluso todo aquello que no puedes recordar”.
Espera lo inesperado. Asómbrate por lo cotidiano y, sobre todo, por lo que no puedes ver.
Les dejo con la imagen del tren … Y ya saben el blabla de derechos de autor: no es mía (para mi desgracia) y no gano ni una bolsa de maníes con ella. Solo cito el video por mero amor a la película. La culpa es del tu tube y sus colaboradores. Sé que hay un espacio en el cielo para cada uno de ellos.
Cuéntenme.