El médico se llama Izaldin Abul el Yesh. Se lo conoce como un activista por la paz entre palestinos e israelíes. Habla perfecto hebreo y ha recibido entrenamiento médico en Israel. Además, trabaja en un estudio sobre el efecto de la guerra en los niños de Gaza y en los israelíes.
El 16 de enero, una bomba israelí mató a su sobrina y a tres de sus cinco hijas.
El médico, que había actuado días antes como un improvisado corresponsal para los medios israelíes, anunció las muertes en vivo y en directo. Mientras tanto, el Primer Ministro israelí decía que "lloró las muertes", mientras volvía con la cantaleta de que "los terroristas bombardean a Israel desde las casas de Gaza". Al igual que se atreve a decir que las escuelas palestinas son polvorines y que los niños y mujeres muertos fueron escudos humanos usados por el eje del mal.
Miren, yo aquí no voy a apoyar a ningún bando. Creo que ambos pueblos, palestinos e israelíes, tienen su legítimo derecho a existir y a tener un sitio en el mundo. Sin embargo, me indigna toda esta mierda de violencia a la que hemos que tenido que asistir desde diciembre. Me cabrea el uso indiscriminado del poder y mucho más los grititos de ahogado de la ONU que no se anima a mover un dedo hacia Israel para evitar tamaña carnicería. Igualmente, también me tienen harta los mocosos que gritan a todo pulmón la muerte a los judíos, de la misma manera en que lo hicieron unos inombrables hace unos sesenta años. Me agota hasta las náuseas esta actitud de ojo por ojo que solo nos ha llevado a lo que hemos visto en las pantallas.
Cuando me entero de casos como los de Abul el Yesh me entran ganas o de botar todos estos estudios de cooperación que estoy haciendo o de meterme con más ánimo a tratar de hacer algo... lo que sea. No puedo decirles cuál causa es la justa en todo este desbarajuste. Lo que sé es que ambos pueblos han sufrido demasiado. Unos están paranóicos desde que Auschwitz se asomó como un infierno en la tierra. Los otros, en cambio, están abrumados por el desprecio, el racismo y el despojo. Tanto dolor solo conduce a la violencia y a la venganza. He ahí el estado de cosas.
El otro día pensaba, mientras veía en la televisión las imágenes de un grupo de niños heridos en Gaza, que a fin de cuentas una parte del problema está el no reconocer al otro. Si sacamos del panorama, durante un momento, al desalojo ancestral y al derecho de tierras, tanto las madres palestinas como las israelíes quieren a sus hijos en casa para cenar. Las noches de Gaza e Israel están bajo las mismas estrellas, mientras que los amigos, en ambos casos, se saludan con un shalom/salam.
Con distinto sonido, la palabra significa paz.
¿Evitaría una guerra el hecho de que un soldado se encuentre a sí mismo en los ojos del otro? Si eso pasara ¿caerían las armas?
No sé si una respuesta positiva a ambas preguntas puede detener un tanque, pero a veces fantaseo con la idea.
Shalom... Salam