lunes, 31 de diciembre de 2007

Hija pródiga vuelve a Quito City


¡Ya regresé!.
Ahora, les cuento.

Entre que no había pasaje, entre que no tenía donde quedarme, y en el trámite de unos arreglos con la facultad, no sabía si iba a irme, pero me fui... al Sur del Sur. Estuve entre Argentina y Uruguay (Buenos Aires y Colonia).
Evan, tu país es muy hermoso.

El único problema fue que desde el momento en que pisé esas lejanas tierras, no pude conectarme más de cinco minutos; todo debido al tiempo, líos que arreglar, y una fellow bloguera que se tomó la única computadora del hotel. Y cuando digo tomar me refiero al ritmo de batalla de legiones romanas: invencible, terca, decidida; yo con la paciencia al límite.

Tengo mucho que contar de Buenos Aires, tengo que contar sobre la luz color caramelo, los edificios imponentes, los balcones cinematográficos, las avenidas abiertas, el calor de verano, la relación de los porteños con sus vecinos de raza felina... y el otro lado, con las duras paradojas económicas y los bemoles que implican una gran ciudad.

No pude ver tanto de Uruguay como hubiera querido, pero lo que me asombró, al menos del sitio en donde estuve, es la calidad literalmente oriental que tiene. Es especia, canela, calor, y un aire extrañamente selvático. No sé si alguien que haya visitado ese país tiene esa sensación, pero yo no me la quité de encima ni siquiera en el momento en que volví a Buenos Aires.

Estoy muerta de cansancio a causa de un viaje aéreo de siete horas, acompañado de un coro griego de llantos infantiles. No me malinterpreten, me encantan los enanos, solo que a la segunda hora de gritos consecutivos de cinco criaturas empecé a entender la lógica de Herodes. Alguien debe disciplinar a esos tales índigos.

A eso se añade mi odio a los aviones. No creo en esos pájaros de acero: si el buen Señor quiso que no tengamos alas, entonces, hay que escucharlo, demonios. Mi tatarabuela hondureña solía caminar renqueando a la ventana para ver despegar a los aviones. Los miraba con la sospecha de quien conoce la calidad de lo que ve. Luego se dirigía a su prole con su carita arrugada de nonagenaria y decía "esho es pura obra de Sataná". Una mujer sabia.

Mi vuelo fue como subirse a una montaña rusa, con avisos de turbulencia cada quince minutos, y un sacudón que nos bajó un par de cientos de pies de altura. Promesa que en ese momento pasaron ante mis ojos mi vida, imágenes de uruguayos perdidos en los Andes, y la mirada de miedo contenido de la tripulación de cabina. Resulta que había sido, según el capitán, "una pequeña corriente de aire frío que no pudimos predecir".
Predecir tus calcetines. Casi me da un ataque.

Por suerte, llegué sana y salva, cargada de alfajores y un adictivo licor de dulce de leche. Llegúe para iniciar el 2008, lista para ver que me trae esa maligna cifra. Risas a la vida y a las penas, guitarrazos, dicen por ahí.
Así que Feliz año para todos. Ya les describiré mis postales bonaerenses.

lunes, 17 de diciembre de 2007

Son tiempos malos para los soñadores



Son tiempos malos para los soñadores, dicen por ahí.
Eso es lo que han repetido desde que los soñadores existen.

Se acerca el cumpleaños apuntado de Jesús y el fin del 2007. Eso significa consumismo desenfrenado, embotellamientos, y rídiculas propagandas Barney de "te quiero yo y tu a mí... si hay una tarjeta de crédito de por medio".

Regalos, regalos. Hay regalos que das por cariño, otros que das porque tienes que darlos, y porque "quedas mal" si no los das; la verdad es que los de Navidad son algo siniestros de vez en cuando. Todo es parte del ritual, que viene cargado de contrastes económicos durísimos, y discursos de solidaridá de momento.

A toda la comparsa, se aumentan los detalles: el muñeco del año viejo que se quema en una orgía de abrazos, gritos y patadas circulares, el avechucho seco, insípido y cuasi mitológico que llaman pavo, el árbol de navidad con todos esos bombillos propensos al suicidio (se rompen de solo mirarlos), y el pesebre, el cual en la casa de mi abuelita incluye a seres como un pterodáctilo de plástico, un soldadito de cinco centavos, una vaca fisher price que parece Godzilla al lado de San José y un ángel con un ala rota. Para que vean que el iconoclasmo vive.

Cuando uno es chico te meten el cuento, muy Disney, de que todos los sueños se hacen realidad en ésta época. Luego creces y te das cuenta de que eso es puro marketing. Sin embargo, ¿saben qué? Yo quiero pensar que lo que se desea tiene el chance de hacerse realidad. Sé que si tú trabajas por ello en algún momento debe suceder, pero creo que existen instantes mágicos y un toque de las fuerzas del Más Allá que te hechan una mano de vez en cuando.

Espero que los 365 días tengan esos paréntesis mágicos, pues no concibo que los milagros solo trabajen jornada única decembrina. Tengo la esperanza de que ninguno de nosotros se quedará viendo lo que desea a través de la ventana (como Holly en la foto del post... me encanta Audrey Hepburn :)), y que lograremos al menos un alto porcentaje de nuestras ilusiones. De todas maneras, nuestros sueños están al otro lado de una delgada ventana. No tenemos que robarlos, solo tomarlos e irnos, como legítimos dueños. Ese es mi propósito de año nuevo: pasar al otro lado de la ventana. Vivir con más ganas, sin miedo. Tomando un café frente al mundo, segura de mí misma.

Quiero seguir soñando, pero con los pies en la tierra.
Son tiempos malos para los soñadores, dicen por ahí.
¿Y a quién le importa lo que el resto diga?

Un ojo por aquí: si los dioses me son gratos, me iré de viaje durante estas fiestas (ojalá, ahí les contaré), por lo que no podré escribir mucho estos días. Felices fiestas gente, entonces. Disfruten del descanso, su familia. Si quieren, también pueden comerse al avechucho.

martes, 11 de diciembre de 2007

¡Cómo odio a los pitufos!




Hay días como los que he pasado las dos últimas semanas en que me siento parte de la familia Gargamel: neurótico, cabreado, al punto de andar por la vida viendo pequeños seres azules. Odio a los sistemas, odio a la burocracia, odio al currículum oculto. Drayos, ¡Cómo odio a los pitufos!

A mi parecer, lo único que salvaba a la poca razón restante en Gargamel era Azrael: tenía mucha clase y era un gato. No necesitaba más para ser un triunfador. Además, y como parte de sus mecanismos de defensa social, Gargamel tenía un hobby, el cual era conseguir la mejor poción o mecanismo para atrapar a los pitufos y comérselos (¿o era Azrael el que se los comía? Ya ni me acuerdo). Todos somos así: nos refugiamos en nuestros pequeños resquicios propios para superar el hecho de no poder aplastar al idiota de Papá Pitufo y a su horda de enanos azules endogámicos.

A lo que voy es que extraño tener esos momentos chiquitos del día en que me dedicaba a simplemente a disfrutar de los verbos ser y estar. Al carajo la productividad y esa cosa enlatada y cuaucthemocsiana que se ha vuelto el éxito hoy en día.

Extraño acostarme bajo la sombra de un árbol y ver las hojas moverse, por más cursi y catatónico que suene.

Extraño estar bajo el sol en un día de verano durante todo el tiempo que quiera.

Extraño poder fijarme realmente en los detalles.

Extraño tomarme una taza de café como Dios manda, no una de las tres o cuatro tazas que me tomo y que llevan subtítulos como "una para el camino", "esta para no dormirme en clase", "esta para la oficina", "esta porque son las dos de la mañ..zzzzzzzz". Es decir, quiero una taza de café de esas grandes y que se demoran al menos cinco minutos en hacerlas. Con crema, canela y un pedazo de cheesecake al lado, maldita sea.

Extraño, en definitiva, el placer infinito de perder el tiempo.

Robert Frost (¡lindo señor, lindo señor!) decía en un poema cortito una frase que resume la más triste de las verdades: nada dorado perdura. No obstante, soy necia, y no pienso aceptar el hecho de que tengo, debo, preciso, dejar de tener mi tiempo, mi mundo, mi campo electromagnético, mi derecho a tener una cajita de fósforos lleno de lo que en verdad soy sobre esta tierra.

Todos merecemos eso por derecho de nacimiento. No es justo que nos quieran despojar de eso. No quiero ser una máquina. Estoy segura que ustedes tampoco.


sábado, 1 de diciembre de 2007

Tac, tac, tac. No hay lugar como el hogar



Confesión: una de mis películas favoritas es El mago de Oz, con todo y Judy Garland, las zapatillas de rubíes, Over the Rainbow, y efectos especiales que hoy en día son risibles. A pesar de la sobreactuación, la bruja de cara verde y el mono alado que me daban pesadillas, aún me encanta el hecho de que el camino a casa siempre esté dentro de tí. Al menos, esa era la filosofía Dorothy de la vida.

¿Qué es un hogar? El sitio donde eres feliz, dicen algunos, pero pienso que también es donde sufres, te mueres de las iras y deseas el holocausto atómico para quienes te caen mal. El hogar es donde conoces, amas y te dejan. Donde reconoces cada esquina como la palma de tu mando; el sitio que a veces quisieras que desapareciera, aunque luego te arrepientas porque a pesar de todo, no hay lugar como el hogar.

Mi hogar no es Kansas ni la Ciudad Esmeralda, aunque tenemos un mago de Oz nacional que grita muy fuerte, tratando de gobernar con la ayuda de un micrófono y parafernalia mecánica. Mi hogar es la Quito city, que va para sus 500 años de fundación, y que el 6 de diciembre próximo, tiene otro cumpleaños. Eso, en quiteño coloquial, significa farra loca.

En mi mocedad, cuando estaba en el colegio, la fiesta de fundación de Quito era la única época en que las monjas que se encargaron de mi educación, y a quienes les pasaré la cuenta de mi psicoanalista, bajaban de sus alturas místicas y se acercaban a los pecadores mortales. El cinco de diciembre (la víspera del feriado), abrian las jau... aulas, y nos dejaban celebrar a la city con un programa. Debo decir que me divertía mucho ese día, incluso si debía celebrarlo bajo la mirada inquisidora de la rectora, pronta a terminar con cualquiere exceso de música y jolgorio.

La fiesta en la ciudad es todo un trámite: la Reina de Quito se elige, chivas llenas de borrachitos corren por las calles. Los toros vienen y se van entre el aplauso de los amantes de la tauromaquia y el fruncimiento de quienes, la verdad, prefieren ver muerto al torero antes que al toro. El alcalde aparece con sonrisa de chancho hornado en la tele y hay un ambiente de total, pero deliciosa improductividad en el ambiente. Sweet December.

Claro, si pones la cosa en perspectiva, y escuchas los análisis sobre el tema, las fiestas toman un tono bastante oscuro. Toros, reinas de belleza, pasillos, y una españolidad que se celebran, dicen, sobre un pasado indígena que no se quiere recordar. Una ciudad española construída encima de las cenizas calientes de una ciudad indígena. ¿Un mestizaje doloroso que se fundamenta entre el canelazo y los gritos de la Plaza de Toros? ¿o un justo homenaje a la sobrevivencia de esta ciudad?

Y en ese relajo, muchos quieren irse. Algunos, de hecho, toman sus cuatro tereques y dice "ta luego". Van a las Europas, a Gringolandia... Creo, sin embargo, que siguen llevando esta ciudad montañosa dentro de ellos. Todo puede pasar; incluso yo misma, como para convencerme completamente de que este sitio es mi hogar, tal vez tenga que partir ("Toto, tengo el presentimiento que ya no estamos en Kansas") y pasar mi viaje, con brujas, leones, espantapájaros y hombres de hojalata. Todo para darme cuenta ("¡Ríndete, Dorothy!"), que si quiero conocer mi verdadero sitio, donde todos los deseos se vuelven realidad, solo tengo que mirar al patio de mi casa.

Probablemente, Oz es solo un sueño, y Quito sea lo que encuentre al abrir la ventana.