martes, 1 de abril de 2008

Asombrarse con los ojos cerrados

El Viernes Santo (día en que mi clan se reúne a comer fanesca y a contar sus anécdotas de tiempos heróicos), volví a ver una de mis películas favoritas: El viaje de Chihiro, de Hayao Miyazaki

Hay ciertos temas que construyen a los cuentos de hadas. Un niño o una niña, elegidos para una misión especial. Un villano entrometido, preferiblemente una malvada bruja. El héroe necesita de un acolite, que viene en la forma de seres que les otorgan poderes mágicos o pistas para llegar a su objetivo. Agregas a la mezcla detalles fantásticos, como dragones voladores, dioses enojados, objetos encantados y ¡Taaa taaan!, tienes un cuento de hadas.


Ahora, aunque este tipo de historias funcionan, pueden resultar incompletas. Incluso, pueden ser planas, cursis, chorreantes de miel y azúcar impalpable, porque las verdaderas historias, en mi humilde opinión, tienen algo no dicho, intrigante y perturbador. Nadie hace historias de gente común y silvestre, seres perfectamente equilibrados, pavos en navidad, seguro médico y chocolates el 14 de febrero. Las historias (las grandes, las recordadas), están hechas de gente compleja, capaz de ideas descabelladas, en los escenarios menos esperados.

Una de esas historias es la Chihiro. Animé, pero no estoy hablando de robots, grandes conspiraciones religiopoliticometafisicoecológicas o niñas en uniforme de colegiala. Estoy hablando de un viaje fantástico sobre el descubrimiento del alma humana. De hecho, el cuento de Miyazaki es una especie de Alicia en el País de las Maravillas al estilo nipón, que se aprovecha para discutir sobre la contaminación, la madurez, la guerra, el consumismo, la codicia y el mero hecho de ser personas.


Me animé (perdón la redundancia) a comentarles sobre la peli, porque ese día, mientras mi family devoraba plato tras plato de fanesca en honor a la Semana Santa, yo me quedé atrapada con la película, en especial por una imagen que, en un inicio, no me pareció muy importante, pero que ahora me parece central. Expresa nada y al mismo tiempo te dice demasiado: Chihiro en el tren en el agua, paradas sin destino y gente sin rostro que viaja en busca de algo que nunca alcanzarán. La chama viajando con sus antiguos oponentes (amarás a tus enemigos); la única con un objetivo. Segura, determinada. La única con una parada final, la única que no está en el silencio. Añádase una música espectacular, una sensación contradictoria de pena y esperanza, mézclese con arquetipos super bien usados y esa escena entra en mi top ten de grandes momentos del cine (¡tiembla Casablanca!). Pueden imaginarse.

¿Qué significa para mí ese tren? Creo que es una manera bacansísima de decir que para caminar sobre las aguas (estar sereno y en equilibrio) tienes que tener el corazón ligero, igual que Chihiro. No andes por ahí con los bolsillos demasiado llenos, jamás trates de comprar el amor de nadie, el tener demasiado te deshumaniza. Nada más fatal que destruir tu entorno, olvidar a quiénes amas, olvidar a dónde vas. Sobre todo, y pesar del viaje y sus peligros, nunca olvides quién eres, aunque, como decía la bruja Zeniba en el film, “nada hecho o dicho se puede olvidar, incluso todo aquello que no puedes recordar”.
Espera lo inesperado. Asómbrate por lo cotidiano y, sobre todo, por lo que no puedes ver.
Les dejo con la imagen del tren … Y ya saben el blabla de derechos de autor: no es mía (para mi desgracia) y no gano ni una bolsa de maníes con ella. Solo cito el video por mero amor a la película. La culpa es del tu tube y sus colaboradores. Sé que hay un espacio en el cielo para cada uno de ellos.
Cuéntenme.