martes, 11 de diciembre de 2007

¡Cómo odio a los pitufos!




Hay días como los que he pasado las dos últimas semanas en que me siento parte de la familia Gargamel: neurótico, cabreado, al punto de andar por la vida viendo pequeños seres azules. Odio a los sistemas, odio a la burocracia, odio al currículum oculto. Drayos, ¡Cómo odio a los pitufos!

A mi parecer, lo único que salvaba a la poca razón restante en Gargamel era Azrael: tenía mucha clase y era un gato. No necesitaba más para ser un triunfador. Además, y como parte de sus mecanismos de defensa social, Gargamel tenía un hobby, el cual era conseguir la mejor poción o mecanismo para atrapar a los pitufos y comérselos (¿o era Azrael el que se los comía? Ya ni me acuerdo). Todos somos así: nos refugiamos en nuestros pequeños resquicios propios para superar el hecho de no poder aplastar al idiota de Papá Pitufo y a su horda de enanos azules endogámicos.

A lo que voy es que extraño tener esos momentos chiquitos del día en que me dedicaba a simplemente a disfrutar de los verbos ser y estar. Al carajo la productividad y esa cosa enlatada y cuaucthemocsiana que se ha vuelto el éxito hoy en día.

Extraño acostarme bajo la sombra de un árbol y ver las hojas moverse, por más cursi y catatónico que suene.

Extraño estar bajo el sol en un día de verano durante todo el tiempo que quiera.

Extraño poder fijarme realmente en los detalles.

Extraño tomarme una taza de café como Dios manda, no una de las tres o cuatro tazas que me tomo y que llevan subtítulos como "una para el camino", "esta para no dormirme en clase", "esta para la oficina", "esta porque son las dos de la mañ..zzzzzzzz". Es decir, quiero una taza de café de esas grandes y que se demoran al menos cinco minutos en hacerlas. Con crema, canela y un pedazo de cheesecake al lado, maldita sea.

Extraño, en definitiva, el placer infinito de perder el tiempo.

Robert Frost (¡lindo señor, lindo señor!) decía en un poema cortito una frase que resume la más triste de las verdades: nada dorado perdura. No obstante, soy necia, y no pienso aceptar el hecho de que tengo, debo, preciso, dejar de tener mi tiempo, mi mundo, mi campo electromagnético, mi derecho a tener una cajita de fósforos lleno de lo que en verdad soy sobre esta tierra.

Todos merecemos eso por derecho de nacimiento. No es justo que nos quieran despojar de eso. No quiero ser una máquina. Estoy segura que ustedes tampoco.