martes, 12 de febrero de 2008

THE END IS NEAR (o cosas para no ver)



Tengo mis buenas experiencias con lo sobrenatural, como ya les conté. Sin embargo, todavía le tengo miedo a muchas cosas, y entre ellas están esos documentales tipo Discovery, Ecos o The History Channel que predicen la destrucción planetaria. Después de eso, no puedo dormir. Les juro. La idea del cataclismo universal y del fin de los tiempos me da pavor


Hace pocas horas, justamente, cometí el error de ver un documental que tenía el optimista título de Doomsday 2012 (o sea, hasta el 2012 y, entonces, pelados, karmamos todos). Bueno, debo confesar que sufrí el síndrome de película de terror: sabes lo que te va a pasar, sabes que no vas a poder dormir, y que vas a tener pesadillas sobre el Calentamiento Global sin la figurita de Al Gore señalándote el camino hacia el Apocalipsis; pero igual ves el frucking documental, y luego estás escribiendo un borrador de un post de tu blog para evitar dormir. La niñita de El Aro puede venir cuando quiera (aunque mejor me callo, pensándolo bien), pero Nostradamus y compañía pueden quedarse en el fondo del baúl con toda su aura de pájaros de mal agüero. Hasta ahí llegó mi valentía.


Y aquí, la cosa se pone rara. Supongo que el milenio, la globalización y la violencia mundial, provocan que nos concentremos en esa sensación de que nuestra era va a terminar. Unos piensan que este fin del mundo va a ser algo así como un Impacto Profundo Reality Show, otros creen que nacerá una nueva conciencia cósmica (la idea me gusta), otros le apuestan a un hoyo negro, a aliens rescatistas y/o al reiterado 2012. Hay para todos los gustos.

La verdad, creo que sería bueno que algo sucediera, algo para que entre todos mandemos al diablo a tanta mala vibra y a tanta idea estúpida de que tener más cosas significa ser mejor persona. Cómo quisiera que, sin las amenazas de una guerra o un tsunami mundial, entendiéramos que entre todos podemos volver a las comunidades, al placer de leer y charlar, a comer sin pensar en tonteras de imagen corporal o de salud prefabricadas por los medios. Ojalá volviésemos a contar historias, a reírnos, a tener tiempo, y, si quieres, a hablar del misterio de andar por esta vida. ¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿A dónde vamos?; todo eso se cuestionó Paul Gauguin mientras buscaba el Paraíso en Tahití. Nosotros, entre la compra, el trabajo mecanizado y la soledad impuesta, ya nos olvidamos de hacer esas preguntas. Eso ya es, para mí, un indicio del fin de la humanidad.


Me he cansado de especular. Si sucede, ojalá estemos listos. Si no, también, porque igual tenemos que vivir, aceptando el ciclo de la existencia tal y como es. Mientras tanto, ahí están la luz del verano, las ciudades que no hemos visto, la gente que podemos conocer y querer, los momentos de caída, y las cimas de la colina. Igualmente, en un rincón se esconde la gran pelota gris que algún rato patearemos entre todos, la taza de capuchino humeante de las tardes, y la celebración de que uno está vivo, a pesar de los peligros reales o proféticos.