jueves, 24 de enero de 2008

Mi indignada respuesta capilar



Sé que les debería estar hablando del Obelisco de Buenos Aires, del Delta del Tigre (un sitio como para vivir y morir), de la luz y del calor del puerto bonaerense (extraño el calor y la vitamina D en oferta). Sin embargo, por una razón aún desconocida por esta servidora, ando muy metida en mis recuerdos y mis cosas, mi nombre. Todo eso.

Bueno, les voy a contar un episodio de esta semana. A ver que pasa. No es nada grave y pesa menos que el agua.

Además de mis anteojos (con los que todavía tengo una relación amor-odio) tengo la bendición-maldición de cargar sobre mi cabeza una abundante cantidad de churos, rizos, rulos, chinos, como quieran llamarlos.

Señores y señoras, aunque les parezca una cosa de poca monta, ser churona no sólo es una característica física. Es una forma de vida.

Verán, el otro día estaba hablando con una respetable persona al respecto, para quien los churos no "son formales" y que son, de plano, feos. O sea, para ser una profeshional, groun ap güiner güoman, debo tener el pelo lacio. Supongo que si no, una es asocial o caerá en el fantasma de la vida dudosa, los trabajos no oficinarios y todas esas cosas por las que la gente interesante se va al infierno.

Toda mi vida he oído cosas así. Esta es mi respuesta al comentario indicado:

En el colegio varias veces me llamaron la atención por mi pelo. No sé qué querían las monjas. Me lo mandaron a peinar, cortar, esconder y un largo etcétera. Tuve que andar con un moño de abuela la mitad de mi secundaria. El resultado: creía que mi pelo estaba en la misma escala que un trapeador de cocina. Me comí el cuento y me hice lacia: un día, una linda señora venezolana, con una crema blanca que olía sospechosamente a amoníaco, me estiró los rizos de un dos por tres.

Imagináos mi gozo en el momento.

El problema es que mi falsa identidad duró dos días. Después, mi cabello empezó a tener la consistencia de los fideos que han sido dejados demasiado tiempo en el agua. Solo resta decir que tuve que cortarme la mitad del pelo. Terminé con look de micrófono; una hace cosas raras cuando es chama.

Después de semejante desgracia, y de un par de cortes más de pelo que se hicieron en circunstancias de fin de secundaria (parece que eso de tijerearse las greñas es una cosa ceremonial o algo así), decidí dejar en paz a mis churos.

Nunca voy a ser una propaganda de Sedal, pero he aprendido a vivir (y hasta a querer) a ese pelo loco que adorna mi cráneo. Les digo, esos resortes te definen, te dan características propias. Creo que mucha de la gente que conozco me reconoce en la multitud por el pelo. Muchos me han preguntado cuánto me demoro peinándome en las mañanas con cara de cuando alguien oyó que su vecino tiene que luchar con una cucaracha gigante para cepillarse los dientes. Soy la "chica de churos", la "man del cabello grande", o simplemente "churos".

Con el tiempo, como les dije, he llegado a respetar a mis churos. Hacen que me salga del estereotipo, del cuento común. Así que a mi estimado interlocutor, anteriormente mencionado, le digo que lamento que la naturaleza no se haya portado lo suficientemente fashion conmigo, pero creo que si uno tiene churos, más de dos ojos o cualquier adorno natural o agregado al cuerpo, pues es su problema y su derecho. Jebús nos libre de parecernos todos a Paris Hilton o a David Beckham. El fin de la evolución, las artes y las ciencias llegaría si eso sucediera.
Y no, no es una permanente.... ¡a mucha honra!

Un corte comercial a Ursus y a los ninios del Blog & Carne: el universo se portó mal conmigo y tal vez no pueda caer. Las circunstancias confabularon, pero el corazón quiere conoceros, así que espero verlos más allá de las ventanitas del güindous muy pronto.