sábado, 6 de octubre de 2007

El estudio y otras salvajadas metropolitanas




Esta semana no hay cosas para ver. Esta semana hay alcauciles, calabazas, y trozos de carbón para los niños que no se portaron bien, como yo. Todo regado con "El Salvaje Metropolitano" de Rosana Guber, que tengo que leer hasta el mediodía... espero.

Porque el lunes defiendo mi plan de tesis (no el proyecto terminado), el cual trata sobre el uso de los migrantes en los medios de comunicación españoles (cosas para ver, en todo caso). Entre tanto, los señores disfrazados de tigres de la foto de la pasta del libro me sonríen dulcemente. Con esa miradita que tiene la gente cuando dice: "chiiii, te cagaste, pana".

Pero no, estoy tranquila. De hecho es interesante enfrentarme al mundo con ese mamotreto que por el momento está columpiándose cual mono entre mis neuronas.

La educación, las vocaciones y el trabajo son tres criaturas muy curiosas. Es chistoso como lo que uno quiere ser y lo que se logra ser cambian con el paso del tiempo. Yo, por ejemplo, me acuerdo que en un principio, en los tiempos de mi oscurantismo, quería ser profesora. Y tenía todo un sistema educativo represivo, al cual asistían mis osos de peluche. También quería ser actriz de teatro, científica loca (¿te acuerdas, Ludo?) y escritora, de lo cual nunca me curé.

Luego, cuando entré al colegio católico (mi propio capítulo de Survivor de 13 años de duración) quería ser monja (oigan, en esa época parecía el trabajo más afortunado del mundo: te mantenían por gritar a niñas indefensas, rezar, coser, y dedicarte a la contemplación de los pecados universales) y también quería ser la Virgen María, porque en navidad escogían a la mejor portada, a la mas noria, y a la más aria para que fuera María en el Pase del Niño. A la guagua le tocaban los juguetes, los caramelos y sus quince minutos de fama. Por supuesto, cuando me enteré de qué se privaban las monjas, y que el puesto de Madre del Mesías ya estaba ocupado, mientras que implicaba la misma prohibición de las reverendas, este anhelo se fue al tacho de basura. Hasta ahí llegaron mis inquietudes místicas.

Más tarde, en ese momento adolescente, idealista y depresivo e infantilmente socialmarxiscomuncheguevaristamadreteresiano, quise ser psicóloga (O_o) y luego médico sin fronteras. Ni más ni menos. Mi sueño era arrastrarme por las ciénagas de la Amazonía, los bosques asiáticos y las planicies de África y salvar al mundo. No sabía muy bien cómo, pero, igual, iba a salvar al mundo. Claro, era el sueño de mis padres (médicos), a los cuales les rompí el corazón cuando seguí a mi primer amor (los libros) y me inscribí en Comunicación Social (con ñeque en literatura, para colmo, ¡qué falta de capitalismo!).


No me ha ido mal, he aprendido la bola, he trabajado en periódicos, en eventos, he hecho papeleo (nadie te avisa que la mitad del trabajo es eso), he conocido full gente y sus historias. Eso último ha sido lo mejor, porque aprendí a preguntar, y ver, y leer lo que no está dicho.


Ahora estoy en Relaciones Internacionales, leyendo cosas como "El Salvaje Metropolitano", y disfrutando del hecho de aprender. Porque, bueno, tal vez no llegue nunca a ser una millonaria, pero he hecho lo que he querido, he estudiado lo que he querido, y he asumido mis decisiones. Creo que uno tiene que tener un bosquejo de lo que quieres en tu vida, pero no un plan, porque todo puede cambiar a la vuelta de la esquina. Además- usando una frase hecha, pero cierta-, el viaje es más importante que el destino. Lo que aprendas y sueñes está bien. Solo tienes que dejarte llevar, con cuidado, pero sin miedo a lo que puede haber en los finales, que también son nuevos orígenes. Esa es una salvajada que me gusta.

Y ustedes ¿que piensan, que querían ser, qué los hizo lo que son? ¿Cuáles han sido sus maravillosas salvajadas?