lunes, 7 de enero de 2008

Monsieur le Chat habite a Buenos Aires





Soy una fanática de los felinos. Desde el gato de casa hasta el león, todos me han fascinado desde enana. Los gatos no son del agrado de todo el mundo: dicen que son malos, egoístas, que se dejan acariciar muy poco, que son ingratos y que piensan solo en su bienestar.

Son, entonces, demasiado humanos. Tal vez por eso hay gente que no los soporta.

Bueno, no voy a despotricar contra la raza humana (a la cual todavía le tengo mucha fe), ni en contra de la raza canina (y bue, los perros son lindos y todo eso, pero a veces creo que tienen problemas de autoestima... eso de hacerse el muerto por un poco de comida y atención, es bastante sospechoso). Nada de eso. Solo les voy a contar mi sorpresa sobre el hecho de que los gatos se tomaron Buenos Aires. Esa es la capital mundial felina.

Mi teoría viene desde el puerto: alguna vez escuché que los barcos antiguos llevaban gatos para matar a las ratas de las bodegas. No le puedes pedir constancia a un gato, así que probablemente muchos desertaron de la marina y se perdieron en el puerto bonaerense. Ahora los gatos viven en las calles de Buenos Aires. Están en todos lados. La gente los carga por la calle, suben a los tejados, viven en las iglesias, son dueños de los cementerios y hasta de los conventos (en el de La Recoleta, vi una puerta con un agujero en la parte de abajo. Resulta que era la "gatera", la puerta grande por la que los gatos podían pasar cuando les diera la gana).


Buenos Aires es una ciudad felina.


A pesar de la mala fama mediática que han tenido que soportar -han sido retratados de mala manera a través del "gato negro de la bruja", Azrael come pitufos, del pobre diablo de Silvestre, y de Gardfield, el terrorista social comedor de lasagna-, los gatos han logrado salir con el glamour intacto. De hecho, grandes personajes han sido fanáticos de estos adorables bichos: Hemingway llego a tener medio centenar de ellos. Borges amaba a los tigres, y tenia cierta predilección por un gato de color blanco llamado Beppo. Me acuerdo que Mark Twain decía que si se cruzara la raza felina con la humana, sería una mejora para la raza humana.


Yo también estoy fascinada por los gatos. Son elegantes, extraños, e infinitamente divertidos cuando puedes entender el sarcasmo oculto de cada una de sus acciones. Ellos son los dueños de sus dueños; son los únicos que se ganan la vida por el mero hecho de existir.


Imaginen una ciudad vieja junto al mar, una ciudad llena de libros, de teatros, de luz, y de música. Un gato solo es la guinda del pastel, un último toque maestro al ambiente. Pura agilidad, chispa y maldad encantadora. Uñas y sabiduría. Bigotes largos y ojos camaleónicos. Posiblemente los felinos hablan un idioma secreto, parecido al francés, y practican su propia religión. Se rien de los humanos, esos gatos sin pelo que han llegado a adorarlos. Van a su aire, son increíblemente libres, y en Buenos Aires parecen han encontrado un reino secreto.


Quien pudiera saber que piensan debajo de sus orejas.