sábado, 1 de diciembre de 2007

Tac, tac, tac. No hay lugar como el hogar



Confesión: una de mis películas favoritas es El mago de Oz, con todo y Judy Garland, las zapatillas de rubíes, Over the Rainbow, y efectos especiales que hoy en día son risibles. A pesar de la sobreactuación, la bruja de cara verde y el mono alado que me daban pesadillas, aún me encanta el hecho de que el camino a casa siempre esté dentro de tí. Al menos, esa era la filosofía Dorothy de la vida.

¿Qué es un hogar? El sitio donde eres feliz, dicen algunos, pero pienso que también es donde sufres, te mueres de las iras y deseas el holocausto atómico para quienes te caen mal. El hogar es donde conoces, amas y te dejan. Donde reconoces cada esquina como la palma de tu mando; el sitio que a veces quisieras que desapareciera, aunque luego te arrepientas porque a pesar de todo, no hay lugar como el hogar.

Mi hogar no es Kansas ni la Ciudad Esmeralda, aunque tenemos un mago de Oz nacional que grita muy fuerte, tratando de gobernar con la ayuda de un micrófono y parafernalia mecánica. Mi hogar es la Quito city, que va para sus 500 años de fundación, y que el 6 de diciembre próximo, tiene otro cumpleaños. Eso, en quiteño coloquial, significa farra loca.

En mi mocedad, cuando estaba en el colegio, la fiesta de fundación de Quito era la única época en que las monjas que se encargaron de mi educación, y a quienes les pasaré la cuenta de mi psicoanalista, bajaban de sus alturas místicas y se acercaban a los pecadores mortales. El cinco de diciembre (la víspera del feriado), abrian las jau... aulas, y nos dejaban celebrar a la city con un programa. Debo decir que me divertía mucho ese día, incluso si debía celebrarlo bajo la mirada inquisidora de la rectora, pronta a terminar con cualquiere exceso de música y jolgorio.

La fiesta en la ciudad es todo un trámite: la Reina de Quito se elige, chivas llenas de borrachitos corren por las calles. Los toros vienen y se van entre el aplauso de los amantes de la tauromaquia y el fruncimiento de quienes, la verdad, prefieren ver muerto al torero antes que al toro. El alcalde aparece con sonrisa de chancho hornado en la tele y hay un ambiente de total, pero deliciosa improductividad en el ambiente. Sweet December.

Claro, si pones la cosa en perspectiva, y escuchas los análisis sobre el tema, las fiestas toman un tono bastante oscuro. Toros, reinas de belleza, pasillos, y una españolidad que se celebran, dicen, sobre un pasado indígena que no se quiere recordar. Una ciudad española construída encima de las cenizas calientes de una ciudad indígena. ¿Un mestizaje doloroso que se fundamenta entre el canelazo y los gritos de la Plaza de Toros? ¿o un justo homenaje a la sobrevivencia de esta ciudad?

Y en ese relajo, muchos quieren irse. Algunos, de hecho, toman sus cuatro tereques y dice "ta luego". Van a las Europas, a Gringolandia... Creo, sin embargo, que siguen llevando esta ciudad montañosa dentro de ellos. Todo puede pasar; incluso yo misma, como para convencerme completamente de que este sitio es mi hogar, tal vez tenga que partir ("Toto, tengo el presentimiento que ya no estamos en Kansas") y pasar mi viaje, con brujas, leones, espantapájaros y hombres de hojalata. Todo para darme cuenta ("¡Ríndete, Dorothy!"), que si quiero conocer mi verdadero sitio, donde todos los deseos se vuelven realidad, solo tengo que mirar al patio de mi casa.

Probablemente, Oz es solo un sueño, y Quito sea lo que encuentre al abrir la ventana.